Cuando Gary Kaspárov se retiró del ajedrez en el 2004 para dedicarse a la política, contrató a ocho guardaespaldas que, entre otras tareas, le cargaban la comida y el agua que ingería durante cualquier evento público. Podría parecer la actitud de un divo, pero el temor no era infundado. Ese año la dioxina le deformó la cara al candidato presidencial ucraniano Víktor Yúshchenko y la periodista Anna Politkóvskaya sufrió una insuficiencia orgánica después de beber una infusión. Dos años más tarde ella sería asesinada y el ex agente ruso Aleksandr Litvinenko moriría en Londres envenenado con polonio-210.
Desde entonces, los indicios de ataques contra opositores del régimen ruso continúan. En mayo, una investigación reveló que un empresario testigo clave en un caso por lavado de activos, fallecido en el 2012, tenía rastros de la venenosa planta Gelsemium en el estómago. Asimismo se levantaron sospechas respecto a la grave enfermedad que ha afectado a un miembro de Rusia Abierta, una ONG dirigida por uno de los más fuertes críticos de Putin.
El veneno y la política han estado siempre íntimamente vinculados. La evidencia más temprana de homicidio por envenenamiento es de un jeroglífico egipcio que refiere a la “muerte por melocotón” en alusión al cianuro dentro de la pepa de la fruta. Sócrates fue condenado a morir bebiendo cicuta, el emperador romano Nerón utilizó a la asesina en serie Locusta para desarrollar diversos venenos y se piensa que cuando los romanos invadieron una fortaleza en lo que hoy es Iraq, la abandonaron porque fueron atacados con bombas cerámicas llenas de escorpiones. Para el Renacimiento, el Consejo de los Diez registraba en detalle los asesinatos que mandaba a perpetrar y los Borgia perfeccionaron las técnicas con un veneno a base de arsénico denominado la ‘cantarella’. Más adelante, la Primera Guerra Mundial traería el primer uso a gran escala del gas como arma de batalla. La Guerra Fría provocó, entre otras cosas, la muerte de un autor búlgaro envenenado con ricina colocada en la punta de un paraguas y planes descabellados contra el líder cubano Fidel Castro, que incluían un ‘wetsuit’ recubierto con sustancias venenosas y productos químicos para que se le cayera la barba.
En Rusia pareciera existir una particular afinidad con este tema. Kamera, laboratorio que estudiaba diversas sustancias tóxicas, desarrolló conocimientos avanzados sobre venenos potentes y técnicas para hacer que fueran indetectables. Hay, igualmente, ejemplos históricos de nobles envenenados. Uno se relaciona con Dmitry Shemyaka, fallecido en 1453 después de comer un pollo contaminado con arsénico.
Hoy, desafortunadamente, muchos vinculados a la política rusa toman precauciones sobre lo que ingieren. Desde Alemania, el presidente estadounidense, Barack Obama, afirmó que uno de los temas prioritarios de la agenda del G-7, desarrollada el domingo 7 y el lunes 8, fue cómo abordar la agresión rusa contra Ucrania. Putin, excluido del grupo, ha declarado: “No hay razón para tenerle miedo a Rusia”. Queda claro que el menú político de los recientes días tuvo como uno de sus platos estrellas el pollo a la Kiev. Muchos probablemente estuvieron bien atentos a cualquier síntoma de indigestión.