Gisella López Lenci

Esta semana todos vimos con disgusto el video en el que el , premio Nobel de la Paz, se aprovecha de un niño en un evento público. Las disculpas del máximo líder religioso tibetano nunca serán suficientes para reparar el daño y enmendar su imagen, la misma que ha labrado durante décadas como símbolo de la espiritualidad y la lucha por la libertad de su pueblo: el Tíbet.

A sus 87 años, Tenzin Gyatso, el verdadero nombre del decimocuarto Dalai Lama, tiró por la borda los continuos reclamos que ha hecho en nombre de los millones de tibetanos para recuperar su autonomía, que viven sometidos a Beijing y la etnia han, en desmedro de su cultura y religión. Así, sin esperarlo, el que más ha ganado con este escándalo es el Gobierno Chino, que desde los años 50 controla férreamente el Tíbet, una inmensa región de 1,2 millones de kilómetros cuadrados, y donde está prohibida cualquier imagen de Gyatso o cualquier referencia al conflicto.

Desde los años 50, el debió huir a la India, país en el que viven más de 100 mil tibetanos, la mayoría descendientes de los que partieron con él para escapar del control chino.

El video del Dalai Lama solo ha logrado empoderar la posición del Partido Comunista Chino, que se ha propuesto nombrar al sucesor de Gyatso, un asunto sumamente delicado –y que, dada la avanzada edad del actual Dalai Lama, no está lejos de ocurrir–, pues se trataría de una injerencia política en un asunto religioso que es de competencia de los tibetanos. Por eso, a Beijing le interesa –y necesita– tener a un Dalai Lama que esté de su lado y a quien pueda controlar, como ya ocurrió con el nombramiento del Panchen Lama, la segunda autoridad religiosa y política del Tíbet.

La designación del sucesor no es poca cosa. Según la tradición ancestral del budismo tibetano, que tiene más de seis siglos, los Dalai Lamas son las manifestaciones humanas de Buda, que decidió reencarnarse para servir a su pueblo. Cuando un Dalai Lama muere, los monjes de mayor jerarquía emprenden la búsqueda para encontrar a un niño que sea la reencarnación, valiéndose de visiones o de señales específicas. Gyatso fue escogido a los 2 años y se le sometió a una serie de pruebas para determinar que era el sucesor.

El mismo proceso se espera realizar para designar al Dalai Lama número 15, cuando ocurra la muerte de Gyatso. Pero el Gobierno Chino tiene otros planes y los puede concretar sin rubor ni mayor oposición, gracias a una causa tibetana cada vez menos mediática y a un líder religioso cuestionado, que antes ya había puesto bajo la alfombra denuncias de abusos sexuales cometidos por sus monjes.