Pues te diré que cada año me convenzo más de que elegir racionalmente es una quimera.
Pongamos como ejemplo a la que debería ser la elección más razonada de todas: el compañero o compañera que, en teoría, nos acompañará de por vida. ¿Existirá persona que haya hecho un análisis FODA antes de pedir matrimonio? Pasemos a hablar de compras caras, como un auto: ¿no es verdad que –salvo la compra de un vehículo para lucrar con él– uno siempre antepone la belleza, la comodidad y la proyección de nuestro prestigio por encima del consumo de combustible? ¿No son las especificaciones técnicas las excusas con las que al final justificamos lo que ya era un amor a primera vista? Por lo tanto: si para casarte no haces una elección racional, ¿por qué te la exigiría para elegir mañana a un congresista?
La principal razón que nos motiva a relacionarnos con una persona es la simpatía que nos genera.
No hay más misterio. Al menos no en la superficie: es en el subsuelo de esa simpatía instantánea donde subyace lo incomprensible: esa concatenación de recuerdos, sentimientos y experiencias que lleva a nuestros cerebros a decidir en menos de un segundo que una persona es más digna de ser escuchada que otra. No obstante, si bien la simpatía inicial es una buena consejera para iniciar una relación, no garantiza la ausencia de decepciones. Así como no existe estafador exitoso que no sea simpático, no existe persona que al momento de otorgar su confianza no esté proyectando su propia ilusión. ¿Cuántos divorciados no han pensado “cómo no la vi antes”?
¿Yo mismo no he me dicho alguna vez “cómo pude votar por ese infeliz”?
Te recomiendo, entonces, que para mañana corras la milla extra.
No voy a decirte lo que ya sabes racionalmente: esa baba moralista de que el país necesita tu voto bien pensado. En verdad, sí lo necesita, pero el hecho de que yo lo escriba no va a cambiar lo que sientes. A lo más que puedo apelar es a tu egoísmo: ¿te gusta toparte en las noticias con gente indeseable a la que tu inacción le otorgó poder? ¿Te gusta que unos retorcidos mientan a sabiendas en el Parlamento y en contra de tu forma de pensar? ¿Te deja tranquilo/a la idea de que su sueldo salga de tu bolsillo? Si no a tu sentido cívico, al menos apelo a que te ahorres colerones en el futuro. Por eso, a la simpatía o antipatía que puedas sentir por determinados candidatos, súmale dos preguntas que equilibren tu preferencia emocional:
1. ¿Cuál es el principal problema del país?
2. ¿Este candidato ayudaría a solucionarlo un poco?
Corrupción, desigualdad, machismo, cambio climático, son solo algunas de las amenazas que ponen en peligro nuestra armonía social. A ti se te ocurrirán otras. Quizá pienses en un probable resurgimiento del “comunismo”, por ejemplo, que no comparto, pero que no me toca aquí criticar.
En mi caso, puesto que soy sensible a las inequidades del machismo y al apetito lobuno de los negociantes inescrupulosos, votaré por dos retenes en las figuras de una feminista y un antiguo sindicalista. De más está decir que ambos candidatos me caen simpáticos.