Contar bien “el juego del hombre” como llamaba el periodista mexicano Ángel Fernández al fútbol es todo un arte. No es fácil para aquellos que emprendemos la aventura de narrar o comentar un partido encontrar formas innovadoras en la ruta. Lo prudente es que se estructure un estilo que adapte los aportes actuales a la tradición. Una especie de cover: algo que ya existe + algo propio = algo nuevo. Si, por ejemplo, contra pronóstico, la selección gana nuestro siguiente partido eliminatorio en la Paz, y en la prensa se invoca el “Gloria a Perú en las alturas” no habría plagio a Peredo, se le estará rindiendo tributo. “Oído a la música” o “el rincón de las ánimas” perseveran a través de los años por la musicalidad y la estética de la palabra. No son frases hechas.
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La mayoría de veces por hábito o repetición, acabamos empantanados en el lugar común. ¿Cuántas veces, como escribía Caparrós, hemos siamesado palabras que no nacieron juntas? “La atención ya no tiene que ser llamada poderosamente”, “las atajadas no son más felinas”, “las definiciones magistrales”, “las lluvias pertinaces”, “los admiradores fervientes”. Así las aprendimos y así se quedaron en nuestra mente. Desarbolarnos de algunos conceptos que incorpóranos en el tiempo es una poda que iremos haciendo poco a poco.
El ingenio es atemporal y jamás pasa de moda. Ángel Fernández, el mismo que bautizó a Muñante como “la Cobra” afirmaba muy suelto de huesos en el 86 que Hans Peter Briegel quería en realidad decir en alemán “Compañía de ferrocarriles germanos”. “Mentirosas como las piernas de Garrincha” relató alguna vez Luciano Do Valle en la Red Globo. “Te Diego mucho” despidió un artículo Ariel Scher a pocos días del adiós de Maradona.
Hay verdades deportivas canónicas que hemos asumido como ciertas casi sin cuestionarlas, comenta en “Desaprender a hablar de futbol” Martin Balbi. “Para adentro nunca” decimos fervorosos sin caer en la cuenta que los pases errados hacia las bandas en salida también terminan en gol en un alto porcentaje. El problema no es la dirección sino la técnica del ejecutante. Y la palabra “siempre” que no admite grises. Las bandas ocupan el 30 % del campo, tratar de elaborar solo por ahí es una utopía.
Lo mismo ocurre con “cerrar el partido”. La frase suele asociarse a conservar el triunfo sustituyendo a jugadores ofensivos por destructivos o hábiles en el juego aéreo que ayuden a defender la ventaja. Casi nunca se toma en cuenta que se han cerrado “partidos abiertos” a través de más goles. En el segundo encuentro de la final de la Liga 1, Comizzo hizo ingresar a Barreto no a Millán o a Urruti para reemplazar a Guarderas. Mosquera que con la derrota también iba a tiempo extra, se la jugó por Sandoval, hombre de ataque, para relevar al amonestado Távara. Dos maneras distintas de ir “a cerrar la serie”.
Con lugar a dudas, así como el futbol cambia, el lenguaje que lo relata también lo hace. En el fondo, los discursos y los silencios con que contamos las cosas son un modo de jugar. No hay razón para que el futbol y la palabra no puedan jugar juntos en el mismo estadio. El periodista deportivo lo hace posible. Esa es su misión.
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