Cuando leo los argumentos de quienes están proponiendo un impuesto a la riqueza, me queda la sensación de que creen que los millonarios son como Rico McPato, quien tiene su fortuna guardada en una bóveda. Nada que ver. El patrimonio de los ricos está invertido en empresas, activos financieros y propiedades. Es decir, en activos que pagan impuestos. El que grava la riqueza que generan se llama Impuesto a la Renta (IR), y el que grava la propiedad se apellida Predial. Sus juguetes (automóviles, barcos) pagan, además de IGV, el Impuesto Selectivo al Consumo (ISC).
El principio de quien tiene más debe pagar más no es ninguna novedad. Tanto el FMI, como el Banco Mundial y la OECD recomiendan organizar los sistemas tributarios en torno a él. Por eso, en el Perú, quien gana poco no paga IR, quien gana algo paga 8%, y quien gana mucho, 30%. Como decíamos en el colegio, yala.
Regresando a los millonarios, lo que muchos no saben es que crear un impuesto a las fortunas y pretender que las utilidades que generan sigan pagando IR es gravar lo mismo dos veces. De hecho, el efecto es equivalente a aumentar la tasa que ya pagan (y sería mucho menos engorroso cobrarlo así). ¿Nos conviene, como país, hacerlo? Me temo que no. Cuando estas fortunas se invierten en el Perú, pagan el 29,5% de sus utilidades como IR. En Chile, 27%. Aumentar la tasa (o gravar las fortunas, que es lo mismo) haría aún más atractivo invertir allá cuando necesitamos que se haga aquí. Los empleos que mejoran nuestra vida y los impuestos que necesitamos para invertir en educación, salud y seguridad salen de las utilidades que generan las inversiones, y estas solo aterrizan donde son bienvenidas. La realidad que por ideología o miopía muchos no quieren ver es que espantar la inversión no reduce la desigualdad. La aumenta.
¿Eso quiere decir que no podemos hacer nada para que los peruanos ricos paguen más? No. Quiere decir que lo que hagamos tiene que ayudarnos a salir adelante, no ir para atrás. Yo, por ejemplo, no me opondría a la creación de un impuesto a la herencia (si la recaudación hace que valga la pena) ni a aumentar las tasas del predial, que son bajísimas. Pero la realidad indica que aumentar cualquier impuesto en este momento es una completa locura. Según el BBVA, el consumo se ha reducido a la mitad, y según Apoyo Consultoría, la confianza para invertir está por los suelos. Para el fin de año, miles de peruanos habrán perdido sus empleos. El impuesto que plantea el Gobierno deprimirá aún más el consumo y la inversión, generando más pobreza e inequidad. Por ello, plantear el tema hoy no solo es antitécnico, es cruel e irresponsable. Más aún cuando los S/300 millones mensuales que recaudaría los puede levantar el MEF (en una hora) en los mercados financieros. Lamentablemente, el Ejecutivo ha entrado en una insana competencia con el Congreso por ver cuál es el más populista. Y a un populista le importa un bledo el sufrimiento de los peruanos comparado con su agenda personal.
¿A alguien se le ocurriría poner a dieta a un infartado mientras está en cuidados intensivos? No, ¿no? Pues al presidente sí.