(Ilustración: Giovanni Tazza/ GEC)
(Ilustración: Giovanni Tazza/ GEC)
José Carlos Requena

El 2020 ha sido un año de profunda inestabilidad, que ha mostrado las serias limitaciones de la política formal. Más importante, es el año final de un período que se inició hace poco más de dos décadas, con el gobierno de transición que lideró .

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¿Qué caracterizó estas dos décadas que finalizan en las últimas semanas del año? De alguna manera, el 2020 sintetiza las luces y sombras del período: entre el impacto devastador de la pandemia —que hizo recordar el título del libro de Carlos Ganoza y Andrea Stiglich (“El Perú está calato”, Planeta 2015)— y la instalación y consolidación de un nuevo Congreso y el peso de su accionar.

El Ejecutivo dejó en claro las complicaciones que enfrenta al ser liderado por políticos inexpertos y los límites de apoyarse en la aprobación popular. Con el lastre de un Estado ineficiente, coronó sus limitaciones con una “pésima gestión” de la pandemia por parte de Martín Vizcarra, según la describió Michael Reid, editor para América Latina de “The Economist”.

Durante el 2020, el presidente Vizcarra volvió al pico más alto de la popularidad, para luego mostrar que era un capital insuficiente a fin de superar la vacancia. Mostró también las dificultades de las decisiones tomadas de manera apresurada, como pudo verse en la primera semana de diciembre en que , luego de que el presidente Francisco Sagasti renovara su confianza al ministro Rubén Vargas, la noche del domingo 29 de noviembre.

Por su parte, el espacio parlamentario —sobre el que se depositaron las esperanzas tras el simbólico Congreso de la mayor parte de la década de 1990— evidenció los riesgos de una representación sin representatividad, mucho más cuando maneja asuntos sensibles sin la responsabilidad debida. El Congreso actual —elegido a inicios de año, aunque concebido la noche del 30 de setiembre del 2019— ha confirmado su importancia, algo inquietante si los parlamentos venideros reeditan su comportamiento díscolo y perturbador. Carlos Basombrío se refería con precisión al legado que deja: “Una bomba de tiempo para quien gobierne después” ().

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En suma, con la política precarizada y enfrentando serios desequilibrios desde julio del 2016, la vacancia presidencial de noviembre del 2020 marcó el final de dos décadas, y evidenció que la fortaleza macroeconómica resultó insuficiente.

Alberto Adrianzén decía hace algunos días que el 2020 pasará a la historia “como el fin de un ciclo y de una época en la cual se pensó que éramos los nuevos tigres del Pacífico y que nuestro desarrollo estaba asegurado” ). No le falta razón: el 2020 termina siendo una suerte de resumen ejecutivo de un período que finaliza. También es el inicio de un memo: abre un período de reacomodo que empezará a mostrar más claramente sus carices entre el período electoral y los primeros pasos que dé el liderazgo político que se instale en julio del 2021. Tras el punto final, el país enfrenta una página en blanco.

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