"Hemos tomado conciencia de que somos una especie que puede afectar su entorno de manera radical y sufrir las consecuencias". (Ilustración: Víctor Aguilar)
"Hemos tomado conciencia de que somos una especie que puede afectar su entorno de manera radical y sufrir las consecuencias". (Ilustración: Víctor Aguilar)
Alexander Huerta-Mercado

Cruzar aguas infestadas de tiburones, escalar paredes de roca o pasar por pruebas de dolor en donde se debe mostrar valor han sido parte de lo que muchas sociedades han llamado ritos de pasaje. El antropólogo francés Arnold van Gennep dividía estos ritos en tres partes. Primero, la separación, donde uno es apartado de su normalidad. Luego viene el período de tránsito donde uno se encuentra en un estado de indefinición social y, por último, la integración, donde el individuo regresa a su comunidad transformado en algo nuevo.

Ejemplos los hay desde los ritos de pasaje hacia la masculinidad en Nueva Guinea, que implican separar a los niños apenas cumplen diez años y someterlos a pruebas de dolor y humillación en un dramático estado de tránsito para, finalmente, ser integrados como hombres al final del ritual.

En forma menos dolorosa, el ritual del casamiento occidental separa a la pareja del estado de soltería colectivo a través de una pedida de mano y genera un estado transitorio de noviazgo, que finaliza en una ceremonia que suele ser compleja en nuestra sociedad: el matrimonio. Podemos ver sutilmente este proceso en las fiestas de quinceaños y en diferentes sacramentos católicos. Como también hay muchas instituciones y logias que esperan a sus nuevos integrantes con ritos de pasaje que pueden ser demandantes o incluso peligrosos.

Pues bien, siento que este año ha sido un rito de pasaje para todos nosotros desde que fuimos separados de la vida cotidiana. En realidad, no ha sido un ritual premeditado, pero podemos leerlo como si el destino hubiera querido proponérnoslo. Recuerdo nítidamente cuando a los profesores nos anunciaron que era posible que solo los primeros quince días de clases fueran virtuales. Como se dice popularmente: si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes.

La gran pregunta es cómo saldremos de esta larga etapa transitoria que nos ha volcado a estar con nosotros mismos y como el principito, a aprender a cambiar la posición de nuestra silla en nuestro pequeño planeta para ver muchas veces la puesta de sol o aquello que amamos desde adentro.

Creo que como especie nos veremos transformados para bien al tomar conciencia de nuestra propia vulnerabilidad en el tercer planeta.

Hemos tomado conciencia de que somos una especie que puede afectar su entorno de manera radical y sufrir las consecuencias. En la historia natural, la regla es la extinción y la supervivencia ha sido, por millones de años, la excepción. No es usual que una especie confronte tan exitosamente la extinción, pero es menos usual que sea la misma especie la que genere circunstancias que la lleven al borde de esta.

También hemos tomado conciencia de cómo somos la única especie que puede generar historias y creerlas. Lo hemos hecho creando reinos y religiones o sistemas económicos basados en el papel y el metal. Y vaya que esta pandemia nos ha hecho ver de forma nítida una serie de historias compartidas que hemos generado como verdad. Desarrollamos una narrativa que pone en mejor condición de supervivencia a quienes acumulan papel moneda por encima de quienes lo producen, generando una injusta desigualdad. También hemos creado narrativas políticas que privilegian a grupos de poder por ocupar una posición en la tribu y que –signo de los tiempos– han descubierto que su poder no debe ser absoluto. Así como las historias basadas en los poderes sagrados fueron creadas y creídas por los humanos durante milenios para luego decaer, las narrativas actuales relacionadas al poder político y económico entran en crisis. Hoy la capacidad de narrar está al alcance de más personas y ya no desde papiros sagrados sino desde el Tik Tok y las redes.

Por último, hemos recordado que hasta hace no mucho éramos una banda de cazadores y recolectores, y lo hemos sido la mayor parte de nuestra historia, y de no haber actuado en grupo, la extinción hubiera sido inmediata frente a los retos del paleolítico. ¿Habremos aprendido la necesidad de hacer feliz al grupo para sobrevivir? ¿O tendremos que seguir creando narrativas religiosas, filosóficas y espirituales que lleguen a la misma conclusión de la importancia de amar?

2020, vete y no vuelvas más, pero gracias por habernos forjado, por ser un rito de pasaje duro pero colectivo que nos hace mejores. En una de las muchas sagas del Rey Arturo, el genial mago, maestro y guía, Merlín, fabricaba a Excalibur como la espada invencible para el monarca. Se dice que la forjó a golpe, fuego y agua. Tal vez el mago Merlín, que podía avizorar el futuro, estaba dándonos un mensaje para este año de donde ya salimos curtidos: si estamos unidos, aun en el fuego, somos invencibles.