José Carlos Requena

Si se mantiene la dinámica que ha caracterizado al el año que acaba de terminar, deberían preservarse también sus principales características: una gestión opaca, arrinconada, carente de imaginación y reflejos, insensible a lo que pasa a su alrededor.

Y, a pesar de todo ello, perdurable. El Gobierno parece no querer moverse de la extraña zona de confort que habita porque, precisamente, hacer la del muertito es algo que –a su entender– le ayuda a alcanzar su principal (¿único?) objetivo: sobrevivir.

Hay al menos dos aspectos que favorecen la permanencia del Gobierno: su pacto –tácito o expreso– con el liderazgo congresal y un calendario que podría aportar muchas razones para no alborotar el cotarro.

En el frente parlamentario, debe precisarse que el acuerdo abarca, sobre todo, a los que dirigen el destino del Parlamento, que circunstancialmente se agencian de suficiente soporte en bancadas claramente a la derecha (Avanza País o Renovación Popular) o de grupos menores con agendas muy particulares (Bloque Magisterial o Somos Perú, por nombrar algunas).

No existe, al parecer, un acuerdo de avanzar al mismo ritmo en todos los temas o iniciativas. Un claro ejemplo de ello es el accidentado cierre de la Legislatura, que dejó con los crespos hechos a quienes buscaban precipitar el desenlace en torno a la Junta Nacional de Justicia.

En cuanto al calendario, en el 2024 tendrán lugar algunos hechos frente a los que se hace difícil imaginar un recambio. En el primer semestre, aún un fenómeno de El Niño leve requerirá de cierta estabilidad en el Ejecutivo. En la segunda mitad del año, la cumbre APEC podría jugar un rol similar.

Adicionalmente, la expectativa en torno a procesos electorales en el vecindario (México, Venezuela y El Salvador, por nombrar países de cierta figuración en el debate interno reciente) podría atenuar los ánimos internos en cuanto a adelanto de comicios en el Perú. ¿Por qué añadir incertidumbre cuando el diferencial puede ser la relativa estabilidad?

En cambio, hay dos frentes que podrían ser origen de algún descalabro. El primero es, sin duda, la corrupción –propia o ajena, sutil o evidente, grande o menuda– que toque, de alguna manera, los pilares del establishment político. No se sabe cómo vaya a continuar la llamada operación Valkiria V o si las acusaciones a algunos integrantes del Ejecutivo crecerán, por nombrar dos temas que han ocupado considerable espacio mediático.

Más importante, la inacción que ha mostrado el Ejecutivo en materia de seguridad ciudadana o reactivación económica podría generar serios desbordes. Algo de ello pudo verse los últimos días de diciembre en Atalaya, en la región Ucayali, cuando la población obligó a los efectivos policiales a dejar la comisaría local. El hecho fue reportado por casi todos los medios nacionales.

Si sirve de algo la revisión de la historia, debe recordarse que el final de la dictadura militar de Juan Velasco Alvarado (1968-1975) empezó a labrarse, precisamente, cuando se dio el llamado ‘limazo’, originado por la famosa huelga policial de febrero de 1975. El descontrol de Atalaya no se ha generalizado todavía, pero la sensación de impotencia es cada vez más creciente.

Así las cosas, el Gobierno debe optar entre la hazaña de continuar haciendo lo mismo para lograr replicar el título de la canción de la banda mexicana Maná y “poder vivir sin aire”. La otra alternativa sería que busque algún espacio o margen de relanzamiento que lo dote del capital político del que hoy carece.

Pero habiendo visto cerca de 13 meses del gobierno que encabeza la presidenta Dina Boluarte, lo más probable es que se continúe con el mismo libreto. Con ello, el año nuevo muy probablemente traiga pocas novedades.

José Carlos Requena es Analista político y socio de la consultora Público