El presidente Martín Vizcarra juramenta a sus nuevos ministros de Transportes y Comunicaciones, Educación, Justicia y Energía y Minas, el pasado jueves 13 de febrero.
El presidente Martín Vizcarra juramenta a sus nuevos ministros de Transportes y Comunicaciones, Educación, Justicia y Energía y Minas, el pasado jueves 13 de febrero.
/ El Comercio
Juan José Garrido

Pocas variables explican mejor los resultados de este gobierno que la frecuencia en la rotación de las cabezas sectoriales. Esto es, cuánto tiempo dura en su cargo un ministro de Estado.

El ministro es, recordemos, la máxima autoridad ejecutiva en un determinado sector; es quien lidera la organización y quien responde políticamente por los actos y las decisiones que adopte el Ejecutivo. Como bien dice Fabricio Franco Mayorga del PNUD, “los ministerios son el núcleo central de una amplia red de organizaciones públicas responsables de componentes importantes de la vida pública. Su misión central es la formulación e implementación de políticas públicas sectoriales que generen valor público en el marco de una relación Estado-sociedad cargada de intereses particulares y conflictos, y donde deben garantizar condiciones de gobernabilidad mínimas en el sector”. En resumen, son el corazón y el cerebro del aparato gubernamental de cara al ciudadano en cuanto a provisión de servicios.

De acuerdo con un estudio , a un ministro le toma alrededor de seis meses –en promedio– “conocer la cartera, las funciones ministeriales y la dinámica política” del cargo en cuestión. Según el mismo estudio, durante los últimos seis gobiernos cada ministro rotó, en promedio, cada 13 meses. Y durante este gobierno, el del presidente , cada ocho meses.

En pocas palabras, cada ministro que jura el cargo se toma, más o menos, seis meses para entender qué, cómo, cuándo y con quién debe liderar las decisiones de su sector, y al par de meses de haber resuelto esas cuestiones fundamentales, es removido del cargo.

Sin importar las razones, queda claro que la alta rotación es nefasta para la provisión de servicios y soluciones, al menos de cara al ciudadano; es funesta, asimismo, para la calidad institucional. Es imposible que en ocho meses se implementen soluciones en un sector, menos aún se ejecuten obras de infraestructura.

Franco Mayorga anota tres problemas fundamentales de la alta rotación de ministros: en primer lugar, la falta de incentivos para encarar problemas de largo plazo; en segundo lugar, la falta de continuidad en las políticas públicas. Finalmente, que los nuevos ministros, por la falta de experiencia, terminan “sometidos” a la “mayor experiencia de los funcionarios a quienes dirige”. Si a esto sumamos la enorme responsabilidad asumida y la sobrecarga de trabajo, aunado a las expectativas generadas y las limitaciones mencionadas, se explica entonces –en gran medida– la sensación de cuasi parálisis que vivimos.

Por supuesto, el responsable directo de este fracaso es el presidente Vizcarra: es él quien corre con los costos de seleccionar y reclutar ministros, y por lo tanto debería ser diligente en la revisión del pasado, la preparación y la compatibilidad de cada persona para asumir el encargo. Por ello llama la atención, por ejemplo, Zeballos a la ministra Vilca (retirada hace unos años de un viceministerio por poseer concesiones mineras informales). Pareciera que en el Ejecutivo o no miden las consecuencias o no le interesan.

Hoy, en el Perú, un ministro cambia cada ocho meses, tiempo insuficiente para notar cambios, pero suficiente para evaluar al mandatario y a su primer ministro.

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