A lo largo de los últimos 25 años, ha habido pocas variables económicas tan aburridas de seguir en el Perú como la inflación. Esa, por supuesto, es una gran noticia. En lo que va del siglo, el país ha tenido la tasa de inflación promedio más baja y estable de Sudamérica, incluso menor que la de Ecuador, un país dolarizado: todo un logro para una economía abierta, relativamente chica y en vías de desarrollo como la peruana. Políticas económicas responsables –principalmente desde el Banco Central de Reserva (BCR)– explican estos resultados.
En los últimos meses, sin embargo, el país entero ha sentido un incremento sostenido en los precios. Entre agosto de este año y agosto pasado, los precios al consumidor han subido casi un 5%, una cifra que no se registraba desde la crisis financiera global del 2008-2009. Este hecho ha querido ser interpretado con matices políticos desde las distintas trincheras. Para algunos, se trata de un fenómeno global que nos golpea, pero en el que nada tiene que ver la política interna del Perú. Para otros, estamos frente a una consecuencia más de la enorme incertidumbre económica que genera la actual administración. Para los más atrevidos, se trataría nada menos que de una maniobra conspirativa para desestabilizar al gobierno, llenando los bolsillos de los empresarios de paso. ¿A qué se debe realmente este incremento?
Hay dos fuentes centrales del alza de precios. La primera y más importante es el aumento en las cotizaciones internacionales de varios productos que el Perú importa. Entre agosto del año pasado y mayo de este año, por ejemplo, el precio del maíz y del aceite de soya se duplicaron en los mercados globales. Por su parte, desde antes de la pandemia hasta el mes pasado, los insumos industriales –plásticos, hierro, químicos, etc.– subieron en más del 30%. Al mismo tiempo, los costos del transporte marítimo se han ido al cielo debido a problemas logísticos y a la rápida recuperación de la demanda global. En lo que va del año, por ejemplo, el costo de la ruta Shanghái-Los Ángeles se ha triplicado.
Los comerciantes locales, pues, no se están beneficiando con el alza de precios. Ellos mismos enfrentan desabastecimientos, costos mucho más altos por sus insumos y productos importados, y deben encontrar el balance entre trasladar esos precios a sus clientes o reducir sus propios márgenes –en algunos casos, incluso entrando a pérdida–.
Si bien en esta primera fuente de inflación –los precios de los ‘commodities’– al ser global no conlleva responsabilidad de la política local, en la segunda –el aumento del tipo de cambio– la fabricación es principalmente nacional. Un dólar más caro hace más costoso acceder a cualquier insumo o producto final del exterior, y eso redunda en mayores precios locales. Es cierto que en países como Chile o Colombia el precio del dólar también ha subido, pero resulta notorio que, entre marzo y julio de este año, el país de la Alianza del Pacífico donde más se ha depreciado la moneda sea el Perú. De hecho, desde diciembre del 2019 a la fecha, mientras que el sol ha perdido un 24% de su valor, las monedas chilena, colombiana y mexicana han perdido el 3,6%, 16,1% y 4,9%, respectivamente. Así, este año la salida de capitales motivada por la incertidumbre política habría sido de aproximadamente US$13.000 millones o el 6% del PBI, lo que dio un impulso extra al tipo de cambio.
El incremento en la cotización del dólar se da, además, en una coyuntura de precios del cobre 50% más altos que el promedio de los cinco años anteriores. Esto es relevante porque tradicionalmente mayores precios del cobre, al generar más divisas, han traído para abajo el tipo de cambio. Esa relación que parecía inamovible hoy se ha roto debido a la coyuntura política, con el precio del cobre y un tipo de cambio ambos en récords históricos. El BCR ha intervenido en el mercado cambiario por más de US$11.000 millones en lo que va del año para reducir la volatilidad del dólar, pero no puede ni debe forzar un tipo de cambio menor al de equilibrio. Varios países a lo largo de la historia han tratado de forzar tipos de cambios artificialmente bajos usando reservas y otras herramientas. Esos experimentos para ganarle al mercado cambiario suelen terminar muy mal, como más temprano que tarde descubrirá Bolivia.
¿Qué se viene? Por el lado de los ‘commodities’, las cotizaciones apuntan a una reducción de precios que ya empezó y que debería consolidarse hacia fin de año. Eso no llevará inmediatamente los precios locales hacia abajo, pero, junto con algunas medidas del BCR, debería reencauzar la inflación hacia los niveles predecibles y aburridos de siempre. Por el lado del tipo de cambio, la historia es mucho más incierta. Por el momento, el precio del dólar está fuertemente anclado a la coyuntura política. Y eso, hoy por hoy, no es una buena noticia.
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