Javier Díaz-Albertini

La se ha convertido en una de las principales amenazas para la sociedad global y la en particular. Como la es esencial para ejercer plenamente la libertad, sea económica o democrática, su calidad tiene un impacto directo sobre nuestra capacidad de elegir. El aumento en la desinformación, no obstante, tiene un efecto pernicioso pocas veces analizado.

Algunos analistas e investigadores han puesto en evidencia lo que llaman en inglés “liar’s dividend”, que podemos traducir como la ganancia o provecho del mentiroso. El término sugiere que algunos políticos se benefician de un entorno informativo saturado con desinformación (Chesney and Citron 2018).

Los entornos saturados normalmente son aquellos en los que existe enorme desconfianza hacia las fuentes tradicionales, pero antes legítimas de información. Si a ello le agregamos una marcada polarización y tendencias populistas, entonces tenemos todos los ingredientes para que el político embustero ponga en duda cualquier información que lo afecte. Finalmente, la tecnología ha facilitado y exacerbado la creación y difusión de contenidos vía las redes sociales e Internet, muchas veces ‘fake news’ y ahora contenidos audiovisuales adulterados (‘deepfakes’).

El mentiroso puede cuestionar cualquier información que le es adversa, aduciendo que son “falsas”. Donald Trump es el mejor ejemplo del mentiroso que saca provecho de un entorno de desinformación. Su estrategia siempre ha sido cuestionar a los medios más prestigiosos del país y tildarlos de ‘fake news’. Por ahora esta estrategia le ha sido muy exitosa.

llustración: Giovanni Tazza
llustración: Giovanni Tazza

Nosotros también vivimos en un entorno de incertidumbre, desconfianza y desinformación que es aprovechado por aquellos que están en el poder. Pero es un caso muy diferente al descrito de Trump. Por un lado, en los últimos 30 años se nos ha inculcado un profundo temor al cambio. Las crisis económicas y políticas nos traumaron y el costo social de superarlas, más aún. Los éxitos macroeconómicos nos condujeron al “piloto automático”. Casi todo intento de cambio fue tildado de “caviar”, comunista o “terruco”. Por el otro lado, la mayoría vive gracias a la informalidad, un sistema que también teme cualquier cambio porque pone en riesgo una precaria existencia construida sobre reglas y arreglos particulares y la excepcionalidad, contrario a lo que dictan la institucionalidad democrática y el Estado de derecho. En tiempos de desborde, lo mejor para mantenerse en el poder es –de nuevo– no gobernar. Y Dina Boluarte ha terminado representando la inmovilidad, la inacción que no soluciona, pero que tampoco asusta. Se ha convertido en nuestro “peor es nada”.

Pero ¿acaso no hay voces que opinan diferente y proponen medidas correctivas? Sí, pero seguir estas propuestas significaría agitar las aguas y la actual presidenta y su primer ministro no tienen voluntad o capacidad para hacerlo. Como señaló Paulo Vilca el lunes pasado en este Diario: “para el régimen Boluarte–Otárola es fundamental mantener esta ilusión del piso parejo”.

Como señalamos al inicio de esta columna, un entorno saturado de desinformación beneficia a los pícaros porque todo se pone en duda. Por ejemplo, la reacción del actual régimen hacia los que opinan en múltiples plataformas es una muestra clara de ello. Por muchos meses, los expertos señalaban que estábamos en recesión; sin embargo, el ministro de Economía, Alex Contreras, afirmó que esta era una discusión “academicista” (en agosto), para que luego –dos meses después– se sincerase y la admitiera para así convencer de la aprobación de un crédito suplementario como fondo para salir de una recesión que poco tiempo atrás ni existía. De igual forma, fueron múltiples las voces críticas a la declaración de los estados de emergencia para combatir la inseguridad, considerados solo medidas efectistas a menos que fueran parte de una estrategia integral del Gobierno. Ipso facto, el Ejecutivo inventó el “plan Boluarte” (en agosto), aunque luego la presidenta admitió que nunca existió y que fue producto de un “momento emotivo” del primer ministro (en diciembre). Efectivamente, siguiendo los pronósticos, los estados de emergencia no fueron efectivos, salvo como pretexto para remover al comandante general de la PNP.

Como ciudadanos y opinantes, tenemos la responsabilidad de combatir la desinformación porque no hacerlo es participar en el juego de los que usan mal o abusan del poder.

Javier Díaz-Albertini es Ph. D. en Sociología