¿Hacia dónde está yendo la sociedad peruana? Para muchos, enraizados en el pesimismo criollo, el único camino imaginable es hacia abajo. Desde esta perspectiva toda mejora es aparente y precaria, pues estamos capturados por una dinámica perversa de la que no podemos escapar. Y que nos conducirá a la situación de “Estado fallido”, a una sociedad sin autoridad donde la capacidad de ejercer violencia se revela como el verdadero fundamento del poder.
Todo esto empezó con la extensión de la “viveza” y la corrupción entre las élites. Y como no hubo voluntad suficiente para poner freno a estos comportamientos, estos comenzaron, poco a poco, a proliferar en todos los grupos sociales y en todas las regiones. Si se piensa bien, se concluye que el aumento de los “vivos” exige, para ser viable, un aumento de los “muertos”, de las personas, especialmente mujeres, que no cuentan, que son incapaces de reclamar sus derechos, pues viven en un estado de intimidación y con mucho miedo. Alimentando, en todo caso, la esperanza de una revancha, de un advenimiento providencial de la justicia que tendrá que llegar, ahora o más tarde.
Con la independencia la “viveza” deja de ser monopolio de la aristocracia para infiltrarse en el mundo popular criollo. Y con el aumento demográfico del siglo XX y las migraciones a las ciudades, la “viveza” comienza a ser asumida por los indígenas urbanizados. El camino del progreso de los individuos no pasa tanto por el afianzamiento de la ley cuanto por una actitud de transgresión generalizada que facilita la libertad económica y la creación de riqueza. Aunque impulse, igualmente, el “achoramiento” , la transgresión descarada, y desafiante, de la normatividad con la que supuestamente estamos comprometidos.
La actitud opuesta al pesimismo criollo es la que encontramos, por ejemplo, en autores como José Faustino Sánchez Carrión, Manuel Segura, Ricardo Palma o Leonidas Yerovi, entre muchos otros. Los mencionados comparten entre ellos un deseo de encuentro con otros peruanos. Entonces la cercanía y la mezcla dejan de tener las connotaciones sombrías que caracterizan al pesimismo criollo para depurarse en un culto a la alegría y el buen humor patentes en la jarana amenizada por la música popular.
En los últimos años, teniendo como trasfondo lo que José María Arguedas llamaba la ‘lloqlla’ –el aluvión de migrantes que baja de la sierra huyendo de la explotación gamonal y buscando un futuro mejor–, se enfrentaron diversas corrientes ideológicas y políticas que pugnan por dar cauce al proceso social peruano. Siendo, en los últimos años, el fujimorismo, en sus distintas pulsaciones, la más remarcable de estas corrientes. En el fujimorismo se encuentran los deseos de éxito económico y reconocimiento social con una relativización aniquilante de los valores morales, pues la idea fuerza es que hay que escoger lo que funciona, sobre todo para aquellos que controlan el poder y el dinero. Solo una vez que tengan éxito podrán impulsar a los que se han ido quedando atrás. El fujimorismo recluta a sus adherentes tanto en el empresariado popular emergente, que reivindica la transgresión como palanca de acumulación, como también en el mundo más tradicional, que cree que los valores de la honestidad y el respeto de la ley son sobre todo obstáculos para el éxito personal y colectivo.
Pero los logros del fujimorismo se han convertido, paradójicamente, en los grandes obstáculos de la realización de sus designios. Empezando por la extensión desenfrenada de la corrupción que minimiza el impacto del gasto público, pues canaliza los recursos colectivos hacia los bolsillos de los empresarios y políticos sin escrúpulos. Situación que, conforme se hace más visible, desprestigia al fujimorismo. Y siguiendo con el aporte de los medios de comunicación que ha sido fundamental, pues cual rayos X de la opinión pública han puesto al alcance de todos evidencias contundentes de la corrupción en el sector público y privado.
Entonces, en síntesis, a mí me parece que después de muchos años estamos yendo hacia arriba de manera que en los próximos años la corrupción disminuirá sustancialmente y el cumplimiento de la ley comenzará a ser un hábito, una costumbre, un automatismo en el comportamiento de la inmensa mayoría de los peruanos. Pero acaso, dirán muchos, todo lo aquí escrito es ingenuo y demasiado optimista, de modo que la corrupción se seguirá extendiendo como hasta ahora.