Jaime de Althaus ayer decía en estas páginas que si el Gobierno y el Congreso no se concentran en dar un salto de calidad, el “2026 será un albur”. Es evidente que se han concentrado, pero no para dar un salto de calidad, sino para pegar un salto al vacío y que, por lo tanto, la elección del 2026 no será un albur. Será un camino inexorable hacia un populista demagogo que, aprovechando la ceguera del establishment de insistir en apoyar un régimen tan impopular como el de Boluarte o la elección de un presidente del Congreso con más de 55 investigaciones fiscales, no dudará en incendiar la pradera.
No existe ningún argumento que justifique una elección nefasta como la de este presidente del Congreso. ¿Esta es la mejor opción que la derecha política y los partidos de centro podían ofrecer? Los políticos peruanos de la decadencia, aquellos que ya ni siquiera quieren convencer a la ciudadanía de nada, ahora abogan por buscar devolver la inmunidad parlamentaria. Temerarios es lo menos que son. No tienen partido, ni reelección ni curul que cuidar. Solo tienen intereses para sostener una coalición contra las instituciones, capaces de cubrirse las espaldas para evitarse la debacle judicial cierta.
Si los políticos han perdido el sentido común y son incapaces de reparar el daño producido por la represión, las muertes y la violencia que se sembró a fines del 2022 e inicios del 2023 en muchas regiones del país, quizá el establishment más inteligente es el que tiene que abrirles los ojos, y tendrá que hacerlo si desean preservar algo en el 2026. Porque van a perder; la pregunta ya no es si perderán, sino cuánto están dispuestos a perder en el 2026.
Abrirles los ojos no será nada sencillo. Enfrentarán resistencia. Quizá será tan difícil y traumático como cuando a Alex DeLarge en “La Naranja Mecánica”, de Anthony Burgess, se le suministra un medicamento que le induce náuseas frente a las escenas de violencia o sexo. Porque parece ser que, a muchos miembros del establishment político y empresarial, la única manera de abrirles los ojos podría ser mediante un alucinógeno que les suscite repulsión por la violencia. Porque si más de 60 muertes no han podido hacerles reflexionar sobre la necesidad de adelantar elecciones, uno tiene serias dudas sobre si algunos políticos son sociópatas maleficentes, incapaces de entender las condiciones de inestabilidad que están sembrando.
Las élites peruanas y los medios de comunicación deben abrirles los ojos, porque el equilibrio en el que nos encontramos tendrá como escenario trágico un 2026 donde cosecharán toda la impopularidad que han ido sembrando en estos meses recientes. En un país más preocupado de qué presidente se encamó con una vedette o de la infidelidad contra una reina de belleza, es eso o la barbarie. Quizá las élites más pragmáticas, con cierta mirada de largo plazo, aquellas que reciben los reportes de las calificadoras de riesgo más serias y se resisten aún a mirar programas de televisión decadentes que reproducen cámaras de eco de irrealidades políticas –si aún resisten–, deben abrirles los ojos si no quieren una escena distópica en el 2026. Muchos están vacunados de meterse en política, pero, si no lo hacen, las consecuencias serán nefastas.
No espero algún ánimo reformista de este Parlamento ni de este gobierno. No espero nada de un régimen que es capaz de fabricar una escena de cariño popular a través de dos niños espontáneos que sortean toda la seguridad de Palacio para acercarle –curiosamente– la misma bandera a la presidenta. Ni Fujimori sería capaz de armar una escena tan ridícula. Veneran las cenizas y encenderán más el fuego, pues todas las condiciones estructurales que podrían correlacionarse con la elección de un populista antisistema solo han empeorado, mientras la recesión planea en el aire.
Quizá la única esperanza es que, como en el capítulo XXI de “La Naranja Mecánica”, los villanos se rediman como Alex DeLarge. Un capítulo no utilizado por Kubrick en su versión cinematográfica, que se dejó arrastrar hacia el pesimismo del destino humano. El problema es que la clave de la redención de DeLarge fue la contemplación de la felicidad ajena, y en el Perú nuestras élites empresariales y mediáticas pueden presumir de felicidad; pero las políticas, de ninguna manera. Su única certeza en los últimos años es que terminarán en prisión. Lo que nos dejan –irremediablemente– en manos de nuestras élites empresariales y mediáticas, o les abren los ojos o venerarán las cenizas en el 2026.