A estas alturas, querido lector, quizá esté cansado del tema de la ley de unión civil, pues ya lleva una semana desde que el congresista Bruce diera su valiente declaración, poniendo el pecho (y el de su familia) frente a una gran cantidad de insultos que escandalizarían a cualquier persona decente, aun estando en contra de la unión civil.
Si de algo ha servido leer columnas y posiciones, además de los infames comentarios en las versiones digitales, es el haber destapado a una serie de homofóbicos furibundos, pero lo que es peor, a una gran cantidad de gente que opina desde la ignorancia.
¿Cómo queremos construir una sociedad más humana si el desarrollo material no viene de la mano del desarrollo intelectual? El hecho de ser un país conservador es menos importante que el hecho de ser un país que no entiende lo que se pone en la mesa como debate y que los únicos argumentos sean cuestiones religiosas o manifestaciones científicas del siglo XIX.
Este debate ha mostrado otra arista que es la falta de empatía. Un grupo reclama, con justicia, leyes para proteger su patrimonio en conjunto y los otros no tienen la tolerancia de colocarse en los zapatos de aquellos.
¿Qué pasaría si la situación fuera al revés, si quien reclama es uno de los tuyos? Es simplemente el miedo al otro, el desconocimiento y la ignorancia basados en fábulas y en memes culturales que provienen del oscurantismo religioso, aquellos grupos dentro de la religión en cuyo corazón está el creer tener la razón desde el más obcecado fundamentalismo.
Pareciera ser que nos encanta odiarnos entre nosotros mismos. Odiaos los unos a los otros.
Sumémosle a eso la hipocresía de esta sociedad que en apariencia dice tolerar a los homosexuales, pero a la hora de la confrontación los tildan de pervertidos y pervertidores. Trabajan con ellos, buscan sus servicios profesionales, comparten el chisme de la semana, se ríen juntos, saben perfectamente que son homosexuales, pero después, si te vi, no me acuerdo.
Tu lucha no es mi lucha y no te juntes con esa chusma que contagian.
No me sorprende que exista ese pensamiento. Alguna vez, en algún comentario a una noticia leí, sorprendido, el embate de los “divorciofóbicos” que consideraban a los divorciados como lo peor de la sociedad por dejar hijos traumados de por vida.
Si usted no simpatiza con los homosexuales y se sorprende al leer esto, piense cuán similar es su posición con la de los “divorciofóbicos”. Lo digo, es ponerse en los zapatos del otro, esta vez de uno más intolerante aun.
Así como el racismo seguirá existiendo aun después de haberse ganado los derechos civiles de la comunidad afroamericana en Estados Unidos, así también seguirá existiendo la homofobia aun después de que se ganen batallas.
La visibilidad de este espectro negativo es necesaria para saber que lo que falta es disipar con conocimiento el velo del oscurantismo que mantiene en la ignorancia a miles.