"En términos generales, los extremos –sean políticos, económicos, religiosos– jamás han generado sociedades dignas y justas" (Ilustración: Giovanni Tazza).
"En términos generales, los extremos –sean políticos, económicos, religiosos– jamás han generado sociedades dignas y justas" (Ilustración: Giovanni Tazza).
Javier Díaz-Albertini

A principios de los años 80 trabajaba en una ONG como encargado de su programa urbano. Una de nuestras principales actividades era el apoyo a la Municipalidad de Ate-Vitarte en la elaboración de su plan de desarrollo. En ese entonces era un distrito bastante heterogéneo, especialmente en términos de estratos sociales. La tradicional zona obrera de Vitarte empezaba a compartir espacio con numerosas asociaciones de vivienda formadas por la masiva ocupación de la zona agrícola en la margen izquierda del río Rímac. Sin embargo, algo más alejado de la Carretera Central y acercándose a la Av. Javier Prado, se encontraba Camacho, urbanización de residentes de nivel socioeconómico alto que también eran parte del distrito.

En el proceso de planificación enfrentamos oposición y desidia por parte de los residentes acomodados que preferían mantener su distancia al resto del distrito. Más allá de las diferencias socioeconómicas, también reaccionaban en contra del alcalde de Izquierda Unida que había ganado las elecciones locales. Al final, este conflicto intradistrital se “solucionó” en forma definitiva en 1983, cuando Camacho pasó a pertenecer al distrito de La Molina.

Aunque parezca paradójico, en la elaboración del plan participativo recibimos mayor oposición de la radical. Se repetía en Ate-Vitarte lo que muchas ONG enfrentaban a lo largo y ancho del país. Era una izquierda que nos acusaba de ser “asistencialistas”, ya que gracias a nuestra acción estábamos paliando la pobreza y con ello enmascarando la explotación del pueblo. Se atenuaba así la miseria y ello impedía que tuvieran plena conciencia de su condición de clase. La estrategia revolucionaria –la que realmente lograría éxito– consistía en “agudizar las contradicciones” y no en mitigarlas.

Usando otros términos o propuestas, la agudización de contradicciones es una estrategia común de todo extremista. Para la izquierda extrema, como explicábamos, consistía en que un capitalismo salvaje creara una mínima clase burguesa, rodeada de un océano de proletarios míseros. El radical, sin embargo, también lo pontifica a su manera. Si el marxismo-leninismo funcionaba sobre la base de contradicciones para explicar la desigualdad, el liberalismo la considera como el motor de una economía y sociedad próspera.

Como he indicado en otras ocasiones, para los liberales radicales la desigualdad es positiva. Siguiendo lo que sus teóricos fundacionales pregonaban –especialmente Malthus–, la distancia entre ricos y pobres es lo que promueve el trabajo esforzado y la competencia. La ayuda al pobre –sea en alimentos, subsidios, salario mínimo, bonos– es negativa, ya que promueve la ociosidad y dependencia de las dádivas gubernamentales. Así explicamos los paneles que “aparecieron” en la campaña de la segunda vuelta que culpaban al pobre de su condición porque no trabaja o esforzaba lo suficiente. Comparte así con la izquierda extrema la idea de que la miseria y la brecha entre el rico y el pobre son positivas a largo plazo.

En términos generales, los extremos –sean políticos, económicos, religiosos– jamás han generado sociedades dignas y justas. La razón es que se construyen sobre un pensamiento maniqueo negador de la enorme complejidad de la vida y diversidad de los seres humanos.

Por ello comparto el elogio a la tibieza que María Alejandra Campos expuso en su columna hace dos meses (22/5/2021). Ella se refería más a la polarización durante la campaña de segunda vuelta. Coyuntura en la cual la falta de compromiso con uno de los extremos era calificado de tibio, peor aún, entendido como una traición.

Ya terminó el proceso electoral. Tuvimos que elegir entre dos candidatos con escasas credenciales democráticas, pero con posiciones ideológicas extremas. Muchos en las elecciones optaron por la (mercado o Estado), relegando la . Pero ¿qué debemos priorizar ahora? Me resulta claro que es momento de unidad para atender la crisis y producir los cambios que reclama la mayoría (ver encuestas). Para ello es necesaria la tibieza ideológica. No obstante, tiene que estar acompañado de un compromiso inequívoco y extremo con la democracia, única capaz de producir los encuentros y acuerdos necesarios para salir adelante.