Uno de los aspectos más interesantes de las “Metamemorias” de Alan García Pérez (AGP) son las experiencias que él recapitula de su larga carrera política y que transmite en su libro póstumo. Son importantes viniendo de uno de los políticos más hábiles del Perú de los siglos XX y XXI, junto con Manuel Prado y Fernando Belaunde, pero a diferencia de estos, ha dejado una síntesis escrita de lo que él considera las enseñanzas que aprendió en su agitada carrera.
La paciencia es la principal virtud de un político, y la impaciencia su peor consejera, sostiene AGP a lo largo de todo el libro, sustentándolo con ejemplos del Perú y el mundo. El presidente francés François Mitterrand, a quien conoció personalmente y considera uno de sus maestros europeos, resurgió de sus cenizas y de varios fracasos devastadores gracias a la paciencia. A otro líder político que conoció en Madrid, el argentino Juan Domingo Perón, también le atribuye esa virtud.
Uno de los errores que cometió su líder Víctor Raúl Haya de la Torre, que le impidió llegar al gobierno en varias ocasiones, es la impaciencia.
No obstante, AGP no reconoce que él también fue víctima de la impaciencia cuando intentó vacar a Alejandro Toledo y adelantar las elecciones en el 2004. Dice que se negó a hacerlo cuando se planteó esa posibilidad, pero en verdad él impulsó la vacancia forjando una alianza con el PPC y Somos Perú que arrebató al oficialismo la dirección del Congreso preparando la destitución. Lo que falló en el plan fue la participación de las masas en el fallido paro del 14 de julio. Sin embargo, eso no tuvo consecuencias para AGP porque no se llegó a proponer públicamente la vacancia, y pudo esperar y ganar nuevamente la presidencia en el 2006.
Ejemplos de la impaciencia de Haya, señala AGP, fueron su comportamiento con el gobierno de José Luis Bustamante y Rivero (1945-48) y la insurrección civil-militar que propició, en lugar de esperar hasta las elecciones de 1951. El resultado fue el golpe y la persecución contra el Apra del general Manuel Odría. También fue producto de la impaciencia su alianza con el propio Odría en 1962 y 1963 y su oposición desbocada a Belaunde, en lugar de esperar las elecciones de 1969, lo que facilitó el golpe del general Juan Velasco en 1968.
A pesar de esas enseñanzas, AGP no reconoce que su partido cometió el mismo error al sumarse al keikismo que no tuvo la paciencia de esperar y forzó la renuncia de Pedro Pablo Kuczynski con los resultados conocidos.
Su concepto del pueblo aparece también a lo largo de todo el texto y se resume en una frase de Nicolás Maquiavelo que cita varias veces: “Quien construye sobre el pueblo, construye sobre barro”. El pueblo es ingrato, voluble. La humanidad es cruel y desmemoriada. Uno de sus héroes favoritos, Danton, confió en que el pueblo lo defendería y pagó con su vida su error. Pocos o nadie ayudan al líder político que cae en desgracia.
Las masas no reconocen la justicia social si no es atacando a algún sector o arrebatando a otro algún bien, sostiene AGP. La muchedumbre, siempre quejosa, espera milagros. En el Perú nadie agradece nada. La turba aplaude con placer los abusos.
La sociedad usa a los gobernantes para el trabajo sucio que reclama en algún momento, y luego los enjuicia por violar los derechos humanos.
AGP interpreta que se equivocó en el 2016 poniendo como eje de su campaña las obras de su último gobierno, basado en una evaluación errónea del relativo éxito electoral de Odría a principios de los sesenta. En realidad lo que el pueblo más admiraba de Odría –dice– no son sus obras sino su carácter autocrático, como más tarde haría con Alberto Fujimori.
Perder la vida en el momento supremo equivale a alcanzar la gloria, como Leónidas en las Termópilas o Francisco Bolognesi en Arica. Nicolás de Piérola dejó pasar la gloria al no sacrificarse en Chorrillos y abandonar la ciudad a los chilenos en 1881. “En mi existencia he imaginado, siempre, la muerte heroica como un paso trascendente a la gloria, normalmente negada a quienes viven mucho”.
En 1989 el derrocado dictador panameño, refugiado en la Nunciatura, Manuel Antonio Noriega lo llamó por teléfono. AGP le recomendó: “Suicídate y muere con dignidad”.
Luis Alberto Sánchez, al final de su vida, le advirtió que sus enemigos querían hacer con él lo mismo que a Augusto B. Leguía, encarcelarlo para que muera ignominiosamente en prisión.
Si se buscan explicaciones para su suicidio, están claramente expuestas en el libro.