El caso de los narcoindultos se ha convertido en una pesadilla para Alan García. Un reciente reportaje de Franklin Briceño, de la agencia Associate Press (AP), ha dado la vuelta al mundo y ha sido publicado total o parcialmente en medios de varios países.
Briceño dice que se trata de “la mayor excarcelación de ese tipo que se conozca en el mundo”. Y explica que de los 5.500 liberados por García, “1.167 condenados por narcotráfico agravado –en términos generales quienes poseían más 10 kilos de cocaína o integraban bandas criminales– fueron liberados de un plumazo por García”. Para luego advertir que se trataba de corrupción pura y dura: “rápidas rebajas de penas luego de que los sentenciados pagaran miles de dólares, liberaciones decididas en un solo día […] Según la fiscalía, Facundo [Chinguel] y sus subordinados buscaron en las cárceles de Perú a los reclusos que tenían dinero para pagar por una reducción de sus sentencias”.
Para rematar, el reportaje de AP cita a un experto de la Universidad de Columbia, EE.UU., que dice que “desde 1990 he trabajado en 114 países de todas las regiones del planeta y yo no conozco ningún otro caso de tal magnitud numérica”.
Quizás el problema más importante es que García posiblemente erró completamente al asumir su defensa. Hubiera podido decir: ‘Me equivoqué al confiar en Miguel Facundo Chinguel y los otros involucrados, me engañaron, abusaron de mi confianza, esto no volverá a suceder, he aprendido de la experiencia, ofrezco disculpas al pueblo peruano’.
Pero no dijo eso. Al contrario, al principio defendió tercamente a Facundo Chinguel, y también afirmó que había trabajado miles de horas en los casos y pedido consejo a Dios para decidir las reducciones de pena. Es decir, asumió directamente la responsabilidad. Y más recientemente ha pretendido compararse con el presidente estadounidense, Barack Obama, que tiene una política de despenalización en el país con más encarcelados en el mundo.
Pero jamás nadie ha acusado a Obama o a sus colaboradores de recibir dinero a cambio de indultar a alguien. Y, además, la desproporción es notoria. Obama ha concedido 89 indultos en 7 años, equivalente a un 0,004% de los 2,3 millones de presos de su país, mientras que en 5 años García liberó a unos 5.500 sobre una población penitenciaria de aproximadamente 70.000, es decir, el 7,85%.
Por si fuera poco, esta supuesta intención de García para aliviar la sobrepoblación carcelaria es totalmente contradictoria con la política que a ese respecto siguió durante su segundo gobierno. Apoyó e impulsó el aumento de las penas y la disminución de beneficios penitenciarios –medidas contraproducentes que no ayudaron a reducir la delincuencia– y no construyó los nuevos penales que requería el país para albergar a más reclusos.
En suma, una equivocación de García en insistir que hizo lo correcto cuando es obvio que falló clamorosamente y que, según la fiscalía, Facundo Chinguel y sus secuaces recibieron dinero por liberar a delincuentes que no lo merecían. Pero más importante para el ex presidente ahora es lo que piensan los electores sobre los narcoindultos, y una creciente proporción lo responsabiliza a él según las encuestas.
Es verdad que el tema de la corrupción ha demostrado no ser decisivo en los procesos electorales. El “roba pero hace obra” ha permitido ganar a muchos candidatos a todo nivel. El propio García, que había acumulado esa mala fama en su primer gobierno –tenía una acusación fiscal por enriquecimiento ilícito que prescribió en el 2001–, pudo superarla y convertirse de nuevo en presidente.
Pero en este caso hay una variante y es que el Caso Narcoindultos se vincula directa y muy gráficamente con la preocupación más importante de la población según las encuestas: la inseguridad ciudadana. Por eso podría afectarlo electoralmente.
En todo caso, dependerá de lo que puedan hacer sus competidores políticos para sacar provecho del asunto. Es decir, si no lo utilizan adecuadamente, García podrá sortear el obstáculo.
Sigue siendo el político más hábil y el candidato más experimentado, y su obsesión por el poder lo convierte en una indesmayable máquina electoral.
A pesar de los golpes recibidos García no está, ni mucho menos, liquidado. Hasta ahora, solo magullado. Ya en otras oportunidades ha mostrado su capacidad de recuperación.