Una de las muestras más patentes de que la clase ha fracasado es que ha vuelto a ocupar un lugar central dentro de la nacional. Hace solo tres campañas presidenciales, –en un afán contrito y expiatorio– intentó sacudirse de cualquier legado de su padre. Para Keiko, Alberto era un pasivo político. Para la opinión pública peruana, estaba meridianamente claro que Alberto Fujimori fue un dictador que perpetró varios delitos. Keiko Fujimori entendió las críticas de la ciudadanía y comprendió que si quería tener un futuro político debía entonar un discurso revisionista del fujimorismo. Intentó un giro contra natura como el que ensayó en su famoso discurso en la Universidad de Harvard, en el que surgía una especie de fujimorismo ‘aggiornado’.

Ese neofujimorismo fracasó. A finales del 2021, el ‘establishment’, en varias encuestas de opinión pública, expresaba su deseo mayoritario de que Keiko Fujimori abandonara para siempre la política. Perder tres segundas vueltas contra candidatos completamente disímiles era una señal inobjetable de que debía abandonar la política. La derecha se cansó de perder elecciones.

Pero en los últimos años los populismos de derecha volvieron a ponerse de moda. La mano dura volvió a ser seductora. La retórica de y inflamaba guerras culturales que se creían ganadas por la liberal. El estilo de comenzó a ser una tendencia atractiva hasta tal punto de que en todo país latinoamericano hay candidato que reclama ser más Bukele que el mismo Bukele. en en el 2024 y el crecimiento de en el son más muestras de que la democracia liberal está siendo asediada.

A estas fuerzas globales les tenemos que añadir que, en el Perú, el y la delincuencia comienzan a crecer a pasos agigantados. El país se va convirtiendo en un paraíso idílico para que los cárteles de la droga y las mafias se instalen con beneplácito, dejando a una ciudadanía cada vez más indefensa. Esa ciudadanía reclama, más estridentemente, la llegada de una mano dura que acabe con el régimen de terror que ha instalado el crimen organizado.

Es en este escenario donde Alberto Fujimori fue envejeciendo, mientras la opinión pública comenzó a mostrarse cada vez más clemente con respecto a su posible . Se entendió que era un anciano que había pagado por sus delitos y que merecía morir rodeado de sus seres queridos. El juicio público se fue aligerando, pero lo más paradójico es que los sectores más radicales del fujimorismo –apartados en su momento porque restaban credibilidad– comenzaron a volver a la arena política. Este proceso fue acompañado por un intento de reescribir la historia del gobierno de Fujimori, tratando de deconstruir el pasado de manera inverosímil.

Del fujimorismo contrito y purgante no queda nada. La metamorfosis que inició el fujimorismo de Keiko se ha detenido y se inició la reversión. La insignificancia de los políticos de la derecha peruana y sus irrisorios porcentajes de votantes han vuelto a hacer vigente a Alberto Fujimori –condenado y liberado por un indulto– en un país que reclama mano dura, quizá la suya, en un país tan desmemoriado. El resurgimiento político del fujimorismo originario significa muchas cosas, pero –sobre todo– la derrota de muchos proyectos políticos democráticos en la derecha peruana.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Gonzalo Banda es Analista político

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