Hace unos 20 años, realizaba trabajo de campo en la provincia de Andahuaylas, en el marco de un estudio sobre mecanismos de participación ciudadana en espacios locales. Eran los años del ‘boom’ de los “presupuestos participativos” y el sector no gubernamental empeñaba vastos fondos en promoverlos. El objetivo del estudio que me llevó a las zonas rurales de dicha provincia apurimeña era detectar cuáles eran las condiciones de mayor éxito (y fracaso) de estos instrumentos de gestión local, para (re)orientar los fondos de la cooperación. Como parte del encargo, entrevisté a varios promotores de ONG locales involucrados, entre los que sobresalió uno por su peculiar perfil. Era limeño, un viejo cuadro partidario de izquierda que había llegado a la zona para trabajar en el Sinamos –aparato de movilización de la dictadura de Juan Velasco Alvarado (1968-1975)– y que, luego de su disolución, se quedó militando en diversos proyectos izquierdistas de la época, unos más radicales que otros. De hecho, se quedó haciendo política entre Apurímac y Cusco, y a inicios de siglo XXI, la caída del fujimorismo y el fin de la historia fukuyamiano lo pillaban leyendo manuales petistas para reproducir el modelo de presupuesto participativo de Porto Alegre allá en tierras chancas. Con la confianza ganada en días de trabajo y conversaciones más informales sin la grabadora encendida, le pregunté curioso por su balance histórico luego de tan longeva experiencia militancia. “El mejor gobernante que hemos tenido ha sido el ‘Chino’, pero no Fujimori, ah, sino Velasco”, sentenció con tufillo a justificación biográfica.
Que un militante de izquierdas reinventado gracias a la burocracia no gubernamental mantuviese un fervor por quien había dirigido la dictadura militar denominada Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada no debería sorprendernos. Pero que, en el 2024, el 52,4% del país esté “muy de acuerdo” o “de acuerdo” con que “Velasco ha sido uno de los mejores presidentes” de toda nuestra historia, se convierte en un fenómeno digno de estudio. Más aún, si al modificar el sujeto de la pregunta por Alberto Fujimori, el porcentaje de quienes están “muy de acuerdo” o “de acuerdo” con que el patriarca naranja ha sido “uno de los mejores presidentes” sea significativamente menor: 39,9% a escala nacional. Dos autócratas, el primero estatista y el segundo neoliberal, por convicción o pragmatismo, siguen siendo aún hoy los referentes de gobernante deseable que sobreviven en el imaginario nacional y especialmente popular, pues las preferencias a favor de ambos aumentan conforme caen los ingresos económicos de los encuestados. Pero, notoriamente, los ‘velascolovers’ superan a los albertistas, al menos poco antes del fallecimiento de este último, pues los datos provienen de una encuesta nacional encargada por 50+Uno a Ipsos de junio de este año.
Precisemos un poco más en el perfil de los simpatizantes del velascato, que superan su correspondiente promedio nacional (52,4%) en los niveles socioeconómicos D (62,5%) y E (57,9%), entre los que tienen educación secundaria (53,6%) y los mayores de 40 años (57,3% en la cohorte de 40 a 59 años, y 59,1% entre los mayores de 60). Por macrorregiones, la principal valoración por Velasco se ubica en el sur (65,9%), seguidos del centro (55%) y del norte (53,8%). Por su parte, los simpatizantes del fujimorato (39,9% a escala nacional) también se ubican principalmente en el nivel de ingreso D (49,8%), entre los que tienen niveles educativos bajos (50% entre los que tienen primaria o menos), y entre quienes tienen de 25 a 59 años (44,8% en la cohorte de 25 a 39 años, 42,8% en la cohorte de 40 a 59 años). Por macrorregiones, la favorabilidad por Fujimori es mayor en Lima (44,4%), en el centro (41,6%) y en el oriente (45,9%). Sin lugar a duda, hay diferencias generacionales relevantes (más que de ingreso), pero sobre todo por regiones.
¿Acaso el apoyo a Velasco o Fujimori se debe a sus reformas emblemáticas, la agraria y la de mercado, respectivamente? ¿O se trata más bien de un reflejo autoritario desprovisto de tinte ideológico y que se basa exclusivamente en el carácter de mano dura que comparten ambos autócratas? Para ello se calculó el porcentaje de entrevistados que estaban de acuerdo con que cada uno de los exmandatarios ha sido el mejor de nuestra historia, pues ejemplifica al admirador febril por este tipo de ‘strongman’. Estamos hablando del 19,9% a escala nacional. Se supera este porcentaje entre los que se ubican en el nivel socioeconómico D (25%), entre quienes no tienen educación superior (26,7% entre quienes alcanzaron al menos primaria, 22,4% entre quienes al menos terminaron secundaria) y entre los mayores de 60 años (27,4%). Es en el centro del país donde tiende a habitar el seguidor de estos caudillos autoritarios (24,5%). Así, el núcleo duro de nuestra admiración por la mano dura se configura en la insuficiente instrucción educativa, en la pobreza (pero no necesariamente en la miseria) y entre nuestros compatriotas más longevos.
Si descontamos de los aficionados a Velasco y Fujimori este núcleo autoritario precisado (19,9%), los seguidores ‘core’ de cada uno quedan de la siguiente manera: un 32,5% de velasquistas puros y un 20% de albertistas netos. En estos dos grupos las preferencias ideológicas juegan su mayor poder cohesionador. Quienes creen que las ideas comunistas han contribuido al desarrollo del país (un 25% a escala nacional) tienden a pertenecer al bando velasquista; quienes creen que las ideas neoliberales hicieron lo suyo (un 28% a nivel nacional) valoran el gobierno de Fujimori, pero también matizan con críticas.
En la actualidad, el largo brazo del siglo XX sigue configurando nuestra política, lo que explica los ‘remakes’ distorsionados del velasquismo (Pedro Castillo y Antauro Humala), los herederos del linaje fujimorista (Keiko Fujimori) y la indiferencia por el color del dictador de turno. Para quienes buscan alertar sobre los daños recientes de nuestro régimen democrático, cabe recordarles que las dos principales memorias históricas de nuestro país (“el patrón ya no comerá más de tu pobreza” y el “que Dios nos ayude”) están imbricadas con la fe en líderes autoritarios desde mucho antes que un tal Bukele se pusiera de moda.