Gonzalo Banda

“Vade retro Satana” tanto con los panegíricos fujimoristas que han ensayado los fanáticos más irracionales, como con las danzas celebratorias sobre la tumba del exdictador peruano. partió el tiempo del contemporáneo en los últimos 40 años. Solo un idólatra podría reclamar la elevación a los altares unánime de un autócrata que cometió delitos gravísimos por los que fue procesado y condenado. Solo un enfebrecido opositor negaría que sembró las bases de una arquitectura económica que rescató al país del naufragio y derrotó contundentemente al . Fujimori no fue un mesías ni un ser demiúrgico incapaz del mal, más bien fue el acto reflejo de un país destruido y en miseria que renegó de la política para resolver sus conflictos.

Pero mi problema con el maniqueísmo que se reclama para recordar a Fujimori es que desconoce la más elemental de las enseñanzas de la política. Esa que recordaba Max Weber: “Los cristianos primitivos sabían muy exactamente que el mundo estaba regido por los demonios y que quien se mete en política, es decir, quien accede a utilizar como medios el poder y la violencia, ha sellado un pacto con el diablo, de tal modo que ya no es cierto que en su actividad lo bueno solo reproduzca el bien y lo malo el mal, sino que frecuentemente sucede lo contrario. Quien no ve esto es un niño, políticamente hablando”. Todos los políticos sellan ese pacto, aunque no del mismo modo.

En el pacto de Fujimori, el bien se consiguió permitiendo avasalladoras dosis de mal. En el primer capítulo, se construyó su mítica personalidad aplicando un ‘shock’ económico del que había renegado y por el que fustigó a . Pero sin ese ‘shock’ económico, la hiperinflación galopante hubiera sembrado más hambre entre millones de peruanos. En ese capítulo, destruyó el orden , dio un , encarceló y persiguió opositores, concentrando todo el poder político y convirtiéndose en un autócrata porque nadie fue capaz de frenar su inigualable brío populista y clientelista, mientras los fueron aniquilados por su inoperancia como por la destrucción de las organizaciones de base predicada desde . Fujimori, para derrotar al terrorismo que se había volcado en las ciudades, pisoteó los de inocentes que fueron enterrados en fosas comunes y desaparecieron sin dejar rastro.

En el segundo capítulo, afirmó su aquiescencia banal hacia el mal y la insignificancia. Fue un pacto sin ambición histórica, donde la corrupción y la repartija patrimonialista caminaron junto con su siniestro asesor y le hicieron envilecer todo espacio de lo común. En ese camino oscuro desfilaron la televisión, la prensa, grandes empresarios, narcos, traficantes de armas y el personal de salud que esterilizó a muchas peruanas. Pero, quizá, el legado más nefasto de Fujimori es que convenció a muchos peruanos de que ese era el único camino y que todos debían transitarlo. Había otros pactos por firmar, otros caminos por recorrer.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Gonzalo Banda es Analista político