José Carlos Requena

Con el reemplazo del presidente del Consejo de Ministros, el Gobierno debería estar transitando por el que –en principio– podría ser el principal cambio desde su surgimiento, en diciembre del 2022. Es el tercer cambio de Gabinete y el más significativo, si se considera el peso que tenía el saliente al frente de las principales decisiones del Gobierno.

Sin embargo, es poco probable que el ingreso de a la traiga alguna variación significativa en la dinámica general de la precaria estabilidad que, con todos sus bemoles, ha logrado el gobierno que lidera la presidenta .

Una señal importante que corrobora lo cosmético del cambio es la inalterabilidad de la totalidad de los ministros. Ciertamente, las complejas circunstancias en las que se dio la llegada de Adrianzén daban poco espacio para modificaciones mayores. La concreción de alguna otra opción podría haber originado relevos adicionales, pero, al final, se optó por la variación que producía menores tropiezos, consistentemente con el poco margen que tiene un Ejecutivo débil.

Al mantenerse el elenco, también se mantiene el equilibrio entre las que se perciben –quizás con una practicidad forzada– como las facciones en el interior del Ejecutivo: aquella que lidera y la que encabezaba Otárola. Este último ya no ostenta un cargo, pero existen indicios de que jugó el partido hasta el minuto 90 y –aun en la banca– puede mantener cierta influencia.

En todo caso, la confirmación de Adrianzén no ha hecho crecer la esfera de alguien, como sí hubiera pasado con el eventual nombramiento del hoy ministro de Justicia, Eduardo Arana, algo que parecía inminente incluso en la mañana de ayer. Tampoco posibilita el surgimiento de una nueva facción, como hubiera sucedido con la incorporación de un nuevo actor con peso propio, como Walter Gutiérrez, otra opción que circuló en las horas previas a la juramentación.

Adrianzén, además, tiene un perfil profesional muy parecido al de su predecesor: abogado de origen provinciano y trayectoria capitalina, con intermitente cercanía con el aparato estatal, con altos cargos en su haber y con vocación para el enfrentamiento retórico. Ello hace que, al margen de algún matiz particular, se deba pensar que estamos frente a un jefe del Gabinete pechador, que no rehúye al choque directo con sus adversarios.

Quizás el principal cambio que pueda darse es la ampliación del principal flanco que enfrenta el gobierno: las muertes en la convulsión social de diciembre del 2022 y enero del 2023.

Se ha recordado, por ejemplo, el intercambio del nuevo titular de la PCM en una reunión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en la que Adrianzén se enfrentó a activistas de derechos humanos, en su calidad de embajador del Perú ante la OEA. Con su incorporación en la PCM, la principal oposición que tiene el gobierno de Boluarte se tornará irreconciliable. En términos de presión, sin embargo, es una que el Ejecutivo ha enfrentado y no debería haber mayores variaciones.

Los únicos cambios que deberían esperarse son aquellos que puedan derivar de un capítulo irresuelto, una secuela del culebrón que forzó la salida de Otárola. Es muy pronto para anticipar algo, pero no debe descartarse que la historia no concluya con el cambio en la PCM.

En suma, con la llegada de Adrianzén deberíamos continuar en una situación muy similar a la de la semana previa: un Ejecutivo débil que, sin bancada, se apoya en los principales grupos del Parlamento y que, hasta el momento, ha mostrado pocos resultados tangibles ante los principales problemas del país. Este último punto podría cambiar con la permanencia de José Arista y Rómulo Mucho, pero tomará algún tiempo. Por ahora, el país continuará en el mismo baile.

José Carlos Requena es Analista político y socio de la consultora Público