Solo tres días después, ya casi todos los peruanos deben conocer los diálogos entre el cincuentón –hasta el momento de entregar esta columna, – y la veinteañera . Es que aquí y en Tombuctú, nada llena más el morbo y a la vez genera más indignación que las historias de poderosos políticos maduros seduciendo a jóvenes mujeres con los privilegios del poder.

En este caso, no estamos solo ante un audio que cae de la nada y súbitamente da cuenta de una inmoralidad descalificadora. Recordemos que esta historia empezó hace seis meses, cuando “Panorama” descubrió contratos por S/53.000 para Pinedo en el Ministerio de Defensa, que dirigió Otárola al inicio de este gobierno; y de S/54.000 para Rosa Rivera, quien también lo visitó en su despacho ministerial y que contrató con la Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (Devida), que depende de la Presidencia del Consejo de Ministros (PCM).

Con la cara de palo que caracteriza a muchos políticos, el aludido declaró al día siguiente: “no se ha cometido ningún acto irregular, las conocí en una reunión y no las he vuelto a ver más”. Pinedo lo desmintió públicamente, señalando que hubo una prolongada vinculación que explicaba su visita al ministerio. Más adelante, aparentemente cuando la relación se complicó por esas revelaciones, ella denunció seguimientos y amedrentamientos. Él escondió el vehículo de la PCM en el que la visitaba.

Ante cada nueva revelación del melodramático culebrón, Alberto negaba como Pedro. Hasta que decidieron matar al galán.

¿Quién? ¿Cómo? ¿Para qué?

Puede ser cierto que sea una trama urdida por Nicanor Boluarte y Martín Vizcarra, que son muy capaces de hacerlo si de ganar poder se trata. Pero más allá de quién lo filtró, no se puede descartar que el caído en desgracia haya movido sus hilos desde Canadá para convencer a Yaziré, por las buenas o por las malas, que más le valía defenderlo. Esta telenovela no ha terminado ya que la madre de los peruanos no ha anunciado, todavía, de qué va el capítulo siguiente.

Yendo a lo sustantivo, todo esto da cuenta de enfrentamientos en las alturas del poder entre personajes que usan métodos vedados. Ello no habla nada bien de la capacidad de la presidenta Dina Boluarte de ejercer un mínimo de liderazgo y poner orden en Palacio.

A estas alturas, es muy improbable que Boluarte, más allá de lo que quisiera en su fuero íntimo dada su simbiosis con Otárola, pueda retroceder y mantenerlo en el cargo.

¿Su salida acabaría con esta crisis?

No necesariamente, ya que el estilo de Otárola no es precisamente el de poner la otra mejilla. Fuera o dentro del Gobierno, el personaje va a contraatacar. Ya ha advertido: “mis principios son más grandes que el odio y la bajeza de los odiadores”. Poco después, tuiteó: “en su momento precisaré de dónde viene esta infamia y qué oscuros intereses persigue”.

Sabemos que no le rehúye a la confrontación con quienes considera sus enemigos. Se sostiene que sus más notorios enfrentamientos por disputas de poder han sido con el hermano Nicanor Boluarte; por cierto, siempre protegido de toda culpa por la presidenta, pese a las múltiples denuncias de mal uso de recursos del Estado para su favorecimiento personal. Otro ejemplo, el que sostuvo con Jaime Villanueva, “El filósofo”, de quien sospechaba habría filtrado los nombramientos de las referidas damas. Más recientemente, sostuvo un duro pico a pico con el contralor Nelson Shack, quien había señalado antes que las contrataciones de ambas no reunían los requisitos de ley.

Muchos pensamos –y no de ahora– que hay demasiadas razones acumuladas para que Otárola deje la Presidencia del Consejo de Ministros. De hecho, su nombramiento no debió darse luego de los sucesos del aeropuerto de Ayacucho, por los que más bien debió renunciar. Pero la orfandad de la presidenta terminó encumbrándolo a un cargo más importante, uno donde paulatinamente fue convirtiéndose en el verdadero gobernante y ella, por sus carencias y desatinos, relegada a un rol protocolar.

Además de su responsabilidad –al menos política– en la pésima y contraproducente forma en la que se manejaron las protestas violentas de inicios del Gobierno, su premierato quedará asociado a la recesión económica, así como a su efectismo y cortoplacismo extremo, y a la falta de alternativas serias que empeoró la grave crisis de seguridad que vivimos –como el sacar de la chistera el inexistente “plan Boluarte”–. Todo ello explica por qué comparte con la presidenta un dígito de aprobación en las últimas mediciones de Ipsos.

La crisis es durísima para la presidenta y dañina para el país. Dina Boluarte ha dado ya demasiadas muestras de que carece de las mínimas habilidades para gobernar. Pero, incluso con esas limitaciones, ella debería entender que ya no es sostenible la permanencia de Otárola. La gran interrogante es qué capacidad tendrá ella para asimilar el vacío que le deja su ausencia.

Carlos Basombrío Iglesias es Analista político y experto en temas de seguridad

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