Alejandro Toledo ha pasado de ser una anécdota pintoresca en la política peruana a convertirse en un expresidente más en prisión. De haber existido los memes en su época, allá por el 2001, probablemente habría sido el más viralizado de la región.
Toledo era la encarnación perfecta de los defectos del macho latinoamericano: borracho, mujeriego, juerguero y negador de paternidades. Su personalidad impostada, con esa voz engolada y pretenciosa, se convirtió en el deleite de los cómicos e imitadores.
Su mitomanía desbordada nos regaló episodios inverosímiles, como su famoso autosecuestro, sus supuestos estudios en Harvard o la insólita indemnización que el Gobierno Alemán le habría otorgado a su suegra, víctima del Holocausto, excusa que utilizó para justificar la compra irregular de propiedades. Toledo no solo se convirtió en un personaje folclórico por sus extravagantes historias, sino que, de alguna forma, logró matizar sus escándalos con una gestión económica relativamente estable, luego del temporal dejado por el fujimorismo.
Sin embargo, a pesar de su cuestionable conducta y comparándolo con el Perú de hoy, el “cholo de Harvard” supo rodearse de un equipo de tecnócratas que lograron mantener el rumbo del país.
Durante su mandato, continuó sentando las bases de la economía de libre mercado y se lanzó con la regionalización, un intento –fallido o trunco– por reformar el Estado de manera profunda.
Años después, no fue sorpresa que alguien con tan bajas calidades morales fuera atrapado en una trama de corrupción. Lo que sí sorprende, y debería alarmar, es que el país siga sin aprender de estos episodios.
Hacer ‘zoom’ a la representación política actual revela que, como Toledo, muchos otros siguen ejerciendo con maestría la criollada que él convirtió en sello personal, su “sano y sagrado” estilo.
Pero hay una lección que no se puede ignorar: la cárcel. Toledo, con 78 años, pasará los próximos 20 años y seis meses en prisión por los delitos de colusión agravada y lavado de activos. Quizás muera allí, a menos que un indulto lo rescate. Han sido más de siete años de investigaciones fiscales y periodísticas, procesos de extradición y una larga acumulación de pruebas, pero finalmente la justicia llegó.
Ni sano ni sagrado: solo un corrupto más en la larga lista de autoridades que cayeron víctimas de sus propias decisiones.