Justo antes de irse, el exministro Alex Contreras creyó que, por fin, podía anunciar que la economía peruana ha entrado en una fase de expansión. La economía había crecido en noviembre después de seis meses consecutivos de caída. Se esperaba que en diciembre volviera a crecer, pero ayer el INEI dio la noticia de que volvió a caer, cerrando el año en -0,5%. Contreras, recordemos, era cuestionado, entre otras cosas, por su renuencia a admitir que el país estaba en recesión –injustamente, debemos decir, porque la cuestión es debatible– y su exceso de confianza en una recuperación que no llegaba y que todavía no llega.
Pero si bien la economía cayó, fue una caída ligera y, además, con respecto al mejor año que registran las estadísticas. Nunca había producido tanto la economía peruana, nunca había creado tanta riqueza, como en el 2022. Decir que el 2023 fue una catástrofe es como decir que a Francia le fue mal en el Mundial de Qatar porque salió subcampeona.
No se trata de un prurito. La narrativa del “peor de los últimos equis años” alimenta el populismo en el Congreso y alimentó también el populismo durante la gestión de Contreras en el MEF, con sus planes de compras estatales –punche aquí y punche allá– y sus incentivos tributarios.
No debe desesperarse el ministro Arista por levantar las cifras del PBI, el empleo y la inversión; no a cualquier costo. La economía se va a recuperar sin que el Gobierno la sostenga de un brazo. Ayer mismo el INEI anunció que el empleo a nivel nacional prácticamente se estabilizó en el cuarto trimestre del año pasado, con un crecimiento importante en manufactura y servicios.
¿Qué le toca hacer al nuevo ministro, entonces? La tarea más importante es asegurar la estabilidad fiscal. El año pasado se excedió el límite del déficit establecido por la regla fiscal; y lo peor es que ni siquiera un truco contable de adelanto de dividendos, que el MEF hubiera querido que pasara desapercibido, funcionó. Tiene que persistir Arista en el aumento del impuesto selectivo al consumo (ISC) de la cerveza, el pisco y otros productos anunciado por su antecesor porque necesita los ingresos. Tiene que persistir también en la reforma de los regímenes tributarios para las mypes, cuya multiplicación, gracias a una fallida reforma de hace unos años, ha terminado afectando la recaudación.
Además de continuar con lo ya comenzado, haría bien en revisar detalladamente –y reducir– el gasto tributario, las exoneraciones, como se dice coloquialmente, que no solamente le cuestan al Gobierno cerca del 2% del PBI cada año, sino que distorsionan la economía. Inducen, en otras palabras, a la gente a abandonar actividades de mayor valor agregado para incursionar en otras de menor valor agregado, pero con beneficios tributarios.
Está muy bien, por otro lado, si quiere “destrabar” inversiones. Un solo consejo le damos. Trate de reenfocar a Proinversión en aquellos proyectos que requieran de bienes públicos, creados o por crearse: una carretera, por ejemplo, o un embalse. No debe distraerse en proyectos que el sector privado sea perfectamente capaz de hacer por su propia iniciativa, como los de generación eléctrica, o donde resulte más práctico vender un activo para que el sector privado decida qué hacer, en lugar de predestinarlo a un parque industrial u otro negocio.