“Si para bajar la indignación ciudadana por esta triste historia, el presidente quería que alguien pague con su renuncia, pues tendría que haber sido la del ministro del Interior, por la vergonzosa inacción de esos policías”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“Si para bajar la indignación ciudadana por esta triste historia, el presidente quería que alguien pague con su renuncia, pues tendría que haber sido la del ministro del Interior, por la vergonzosa inacción de esos policías”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza

Dos tragedias que hubieran podido ser evitadas han remecido a la ciudadanía al finalizar el año.

Primero dos jóvenes murieron electrocutados, en el local de McDonald’s en el cual trabajaban, haciendo limpieza. Es ya muy conocida y está documentada la responsabilidad de los propietarios. Cumplimiento de las normas y sensibilidad humana lo habrían evitado.

La otra fue, si cabe, más horrenda: Juan Huaripata asesinó a su pareja y tres hijos de ella. Advertidos los vecinos de lo que estaba ocurriendo, , ubicada a una cuadra de distancia, para que lo impidieran.

¿Quiénes son los culpables de este crimen? Pues claramente el individuo que mató a su familia y los policías que se negaron a cumplir con su deber.

Pero, más allá de las responsabilidades individuales, hay que trabajar mucho más sobre lo que debe cambiar para que mujeres (¡y niñas!) no sean acosadas, maltratadas, violadas o asesinadas, la mayoría de las veces por hombres de su entorno familiar.

La diferencia con la gran mayoría es que este se pudo evitar. Bastaba con que los policías a los que se clamó por ayuda doblasen la esquina. Se convierte, así, en un hecho doblemente monstruoso e introduce la discusión sobre la responsabilidad política.

Esto nos lleva al caso de la ministra . Unas (no) declaraciones suyas muy desafortunadas condujeron al presidente a decir que “el Gobierno no acepta las afirmaciones de la ministra”, asumiendo que había una intención de no darle importancia a lo sucedido. Preguntado sobre si ella debía renunciar, el mandatario dijo: “Todo acto se tiene que evaluar”, dejándola en una posición desairada. Agréguese a esto que el primer ministro Vicente Zeballos sostuvo, con tono de profesor de escuela primaria juzgando la conducta de una escolar, que “ [...] sino por sus resultados”.

El problema es que algunos ministros se prestan a que los vapuleen. “Créame, profesor, no he sido una niña mala, solo inexperta; y si me expulsan de la escuela, lo acepto”.

Con todo respeto, señora ministra. Al primer “no acepto lo que dice la ministra” ante cámaras y micrófonos, usted debió renunciar y no dejar que su agonía en el cargo (corta o larga) se prolongue. Recuerde el destino de Francisco Petrozzi.

Ahora bien, estamos ante un doble estándar. Si para bajar la indignación ciudadana por esta triste historia, el presidente quería que alguien pague con su renuncia, pues tendría que haber sido la del ministro del Interior, por la vergonzosa inacción de esos policías.

Comienza a ser frecuente una actitud selectiva en la forma en la que el jefe de Estado trata a los miembros de su Gabinete. Pareciera que hay ministros tipo A y tipo B. De los segundos, en menos de tres meses, ya ha echado a tres (¿cuatro con Revilla?) y varios otros tuvieron estancias cortísimas en los meses precedentes.

Si son tantos, y tan rápido, los que lo han decepcionado, cabe preguntarse si no es más bien el presidente el que está fallando. Empezando por nombrar como primer ministro a César Villanueva, pese a ser el promotor de la caída de Pedro Pablo Kuczynski, entonces su jefe.

Otro error (esta vez de soberbia) fue reponer en el cargo a Edmer Trujillo pocos meses después de que él renunciara, asumiendo responsabilidad política en , donde 17 personas murieron quemadas en un bus.

Un trato privilegiado que terminó poniendo todas las lupas sobre su ministro. Ello hizo que el informe de la contraloría que establecía posibles responsabilidades penales en funcionarios del Gobierno Regional de Moquegua sobre transferencias para la construcción de un hospital tuviera un impacto político multiplicado.

Ahora, , incluyendo a Trujillo. Ello no lo hace culpable de corrupción, pero políticamente su situación se hace muy complicada. Más aún cuando, cual kamikaze, (“no emitió ningún documento, ninguna disposición que diga haz tal o cual cosa”) y ni siquiera fue conocida (“él no conocía de los trámites que realizamos para ejecutar los recursos”) por Vizcarra.

Recordando la genial frase de George Orwell (“Animals Farm”, 1945), sobre la arbitrariedad en el ejercicio del poder, en estos enredos ministeriales, “todos son iguales, pero hay algunos que son más iguales que otros”.

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