Las navidades son un motivo para reflexionar sobre la amistad, uno de los grandes valores humanos, el cual se basa en la solidaridad, la libre elección y el desinterés, porque la verdadera amistad es desinteresada. La amistad auténtica nos pone en condición de igualdad con el amigo o amiga, sin ningún interés porque a la otra persona, aquella que hemos elegido como amiga, la aceptamos tal como es con sus virtudes y también con sus defectos. En la historia se ha reflexionado sobre ella. En principio, genera una comunidad espontánea, nos produce una sensación de similitud y de igualdad.
“Lisis”, de Platón, y “Ética a Nicómaco”, de Aristóteles, están consagrados a la ‘philia’, el filos, el amigo, de ahí la palabra ‘filosofía’, que significa ‘amigo de la sabiduría’. En estos pensadores, la amistad es un concepto inseparable de reflexiones más generales sobre la constitución de la política, la vida en las ciudades, la definición de reglas y la justicia social.
En otros términos, una sociedad de amigos, una sociedad de semejantes, es una sociedad justa, pero no es una justicia que se establece formalmente a través de las normas. Aquí lo propio de la amistad consiste en el placer de pasar el tiempo juntos, compartir intereses e ideas comunes o, simplemente, por el gusto de estar con nuestro prójimo al que estimamos de una manera especial.
La amistad se inscribe en una sociabilidad práctica que está marcada fundamentalmente por la confianza. Ella se alimenta de una reciprocidad abierta que no obedece a un cálculo sobre cosas dadas o intercambiables, sino por un imperativo simétrico dentro de un compromiso efectivo y moral de cada persona.
Dice Aristóteles: “Cuando las personas son amigas, no necesitan de la justicia” y agrega que es imposible la amistad entre un hombre y un dios, por la distancia inconmensurable que hay entre ambos.
Esta visión de la lejanía entre el hombre y Dios cambiará con el cristianismo, porque Cristo es Dios hecho hombre, en cuanto tal es amigo de todos. La Navidad es la expresión de esta visión, porque en ella celebramos en familia, en reuniones de amigos, el nacimiento del amigo de todos. De aquel que no hace distingos entre los seres humanos, para un cristiano no puede haber diferencias. Por ello, no elegimos a nuestros amigos por razones extrínsecas, sino intrínsecas, por el hecho de ser personas singulares, una singularidad determinada por su personalidad que los hace únicos y diferentes, pero a la vez iguales.
Siendo así la amistad, es un acto libre, porque escogemos a nuestros amigos. Ello es producto de un entorno. Primero entre las familias, de repente elegimos como amigos a algunos familiares, porque se produce una simpatía especial, pero hay otros contextos, en que se forja la amistad, que dura toda la vida. El barrio, la escuela, la universidad, el centro laboral, el deporte. Además esta puede ser acumulativa, vamos teniendo nuevos amigos durante toda la vida.
Aunque las amistades, por lo general, son generacionales, esta no es una regla universal. Podemos tener amigos mucho mayores o muy menores. Ello significa en el fondo que la amistad es suprageneracional.
El filósofo francés posmoderno Jacques Derrida habla de “una política de la amistad” sustentada en “la alteralidad sin diferencias jerárquicas”, necesaria para reconstituir la democracia. En esta dirección, Alain Touraine define la democracia como el reconocimiento del otro. A ese otro, singular pero a la vez libre e igual, capaz de hacerse a sí mismo pero capaz también de hacer que el otro se pueda realizar. La amistad, por ser libre, no puede ser arbitraria, no puede ser impuesta a la fuerza, es el producto de la espontaneidad. Así es una sociedad de amigos en donde predomina la solidaridad, por encima de cualquier interés personal.