Jaime Bayly

Estoy quebrado. Estoy durmiendo en la calle. Estoy pasando hambre. Por favor ayúdame.

Barclays continuó leyendo el correo electrónico de su amigo Javier Angulo:

Solo te pido mil dólares. Si no me ayudas, mi vida tendrá un final muy triste.

Barclays sintió una angustia y un dolor crecientes. Pensó: Si no le mando plata, se matará. Y si se mata, yo tendré la culpa. Y cargaré con esa culpa el resto de mi vida.

Javier Angulo y Barclays se conocieron en la universidad, hace cuarenta años. Angulo vivía con sus padres en una mansión, frente a un club de golf. Angulo y su padre jugaban al golf. Angulo manejaba autos deportivos de alta gama. Nadie en la universidad disponía de coches tan bonitos como los suyos. Barclays conducía un carro lujoso de cinco velocidades. Solían hacer carreras desde la universidad hasta el club de golf en los suburbios. Se jugaban la vida en esas carreras. Nunca sufrieron un accidente. Se consideraban grandes pilotos.

En aquellos tiempos dorados, Barclays jamás imaginó que su amigo Javier Angulo acabaría quebrado, durmiendo en la calle, pidiéndole plata desesperadamente.

Hace unos meses, Angulo lo sorprendió. Tras largos años de silencio entre los dos, le envió un correo electrónico, pidiéndole diez mil dólares. Dijo que, por fin, sesenta años cumplidos, había salido del armario y aceptado sin culpas ni tormentos su homosexualidad. Dijo que se había enamorado de un joven de apenas veinte años. Dijo que su novio y él querían abrir un negocio de tatuajes. Envió una foto en la que, ya calvo, la barba canosa, abrazaba al joven.

Conmovido, Barclays le mostró a su esposa el correo de Angulo y decidió que debía enviarle el dinero, en homenaje a una antigua amistad. En efecto, transfirió diez mil dólares a su cuenta bancaria y le deseó suerte en el negocio de tatuajes.

Unas semanas después, Angulo volvió a escribirle. Pedía más dinero. Dijo que su novio, tras robarle los diez mil dólares, además de ropa y objetos de valor, había desaparecido. Angulo le pedía a Barclays diez mil dólares más.

Está mintiendo, pensó Barclays. Debe seguir metiéndose drogas. Lo del novio y el negocio de tatuajes debió de ser un cuento. Si le mando más plata, voy a sentirme un idiota.

Barclays le escribió a Angulo, diciéndole que lamentaba que el dinero se hubiese perdido (yo no le regalo diez mil dólares a nadie, Javier) y que el joven lo hubiese traicionado, pero, mil disculpas, no puedo regalarte más plata: si no tienes dinero, debes buscar un trabajo.

¿Cómo y por qué Javier Angulo, cuyos padres eran tan ricos, ha terminado quebrado, en la calle, sin un céntimo, sin dónde caerse muerto? Es lo que Barclays se pregunta con frecuencia.

Aunque son formalmente amigos históricos, de toda la vida, no se ven hace muchos años. Angulo sigue viviendo en la ciudad del polvo y la niebla donde conoció a Barclays, cuando ambos asistían a la universidad, estudiantes de letras. La última vez que se reunieron fue hace veinte años, en aquella ciudad confundida. Barclays se encontraba de paso: hace muchos años, vive lejos, a cinco horas en avión, en un país al que Angulo no puede entrar porque le han denegado la visa varias veces: no tiene un trabajo, una casa, una cuenta bancaria solvente, y está lastrado por un récord criminal, por eso le niegan el permiso de entrada.

La última vez que se vieron, comiendo en un hotel frente al campo de golf, Angulo ya estaba mal de plata y peor de ánimo. Barclays le sugirió que trabajase. Deberías trabajar en algo relacionado con el golf, que es tu gran pasión, le dijo. Deberías hacer un programa de golf en la televisión. Trabajar es la mejor terapia, Javier. Luego se sintió un tonto por haberle dicho eso.

Cuando eran amigos de verse en el campus de la universidad, fumaban marihuana con frecuencia y eran adictos al cine. El país se deshacía en una orgía perpetua de violencia y corrupción, pero ellos, jóvenes privilegiados, vivían encapsulados en sus burbujas hedonistas.

Entonces ocurrieron dos desgracias en la vida de Javier Angulo, desgracias de las que no pudo recuperarse: asustado por el avance del terrorismo, doblegado por una severa crisis económica, el padre de Angulo vendió todos sus activos (su mansión, sus fábricas, sus autos) a precio de remate, y se marchó con su familia a vivir en un país tropical, bendecido o condenado por el oro negro; entretanto, Angulo, por orden de su padre, se mudó al gran país del dinero a continuar sus estudios, y fue allí donde, disfrutando de todas las comodidades gracias a la generosidad de su padre, quien no había concluido la universidad y soñaba que su hijo fuese un profesional de prestigio, se hizo adicto a la cocaína.

Años más tarde, el padre de Angulo perdió todos sus negocios en el país tropical porque el dictador se los expropió, dejándolo al borde de la ruina y obligándolo a mudarse a la ciudad del polvo y la niebla, de la que había escapado en tiempos sombríos, desesperanzados. Mientras tanto, la policía arrestó a Angulo por comprar cocaína y, como su visa de estudiante había expirado, y se hallaba por tanto en condición migratoria irregular, lo deportó, esposado, a la ciudad confundida, donde se encontró con sus padres, todos devastados por el paso del tiempo y sus estragos y erosiones consiguientes.

La madre de Angulo murió de una pena incurable, el padre murió arrepentido de haber rematado su patrimonio en la ciudad confundida y Angulo heredó un dinero a la muerte de sus padres, que al cabo de unos años dilapidó por completo.

Ahora Angulo le pide plata a Barclays y dice que, si no recibe el dinero, podría quitarse la vida. Tiene dos hijas, pero al parecer ellas no quieren verlo o no quieren mantenerlo. Barclays se pregunta si debe ser compasivo e indulgente con su amigo, si debe honrar una antigua amistad y enviarle más dinero, incluso si Angulo lo gasta en drogas.

No es un problema sencillo para Barclays. Todos los días, personas que él no conoce le piden dinero. Lo conocen porque sale en la televisión y por eso creen que tiene mucho dinero y entonces le piden una donación o un préstamo. No soy tan rico como alguna gente piensa, se dice Barclays. No puedo regalarle dinero a todo el que me lo pide.

Sin embargo, Angulo sabe que Barclays esconde una zona blanda, vulnerable, y por eso le escribe todos los días, diciéndole:

Sigo durmiendo en la calle. No tengo qué comer. No me abandones. No quiero que mi vida termine así.

Barclays no responde. Guarda esos correos en un archivo privado. No los comparte con su esposa porque ella se enoja con Angulo.

Por favor tírame un salvavidas, le escribe Angulo, y Barclays no sabe qué hacer. Ha consultado ese asunto con su madre y ella le ha aconsejado:

No le regales más plata. Se la va a gastar en drogas. Y va a pedirte más.

Barclays recuerda que Angulo siempre fue raro, esquivo, misterioso. No le interesaba estudiar ni trabajar. No quería abrir un negocio, perseguir un sueño artístico, hacer una carrera profesional, darle un sentido elevado a su existencia. Lo suyo era darse la gran vida, a cuenta de su padre, como si no fuese a envejecer. No se privaba de nada. Muertos sus padres, diezmada la herencia, se quedó solo en el mundo y entonces recurrió a Barclays, su viejo amigo.

Angulo probablemente piensa que Barclays le debe la vida. Hace muchos años, cuando estaban en la universidad, Barclays se registró en un hotel, tomó veinte somníferos y esperó la muerte. No tenía fuerzas para seguir viviendo, no podía aceptarse con sus humanas imperfecciones, por eso decidió matarse en nombre de la pureza moral, una pureza que él, un hombre impuro, corrompía, manchaba, o así se veía a sí mismo, como una mancha en su familia honorable. Unas horas después, Angulo tuvo una extraña corazonada, buscó a Barclays, lo encontró medio muerto en ese hotel y lo llevó a una clínica.

Ahora, tantos años después, Barclays se considera un hombre de éxito porque es bastante feliz para sus estándares perezosos. Tiene la suerte de trabajar en las cosas que más le gustan. Angulo no ha tenido la misma fortuna, lo ha perdido todo y por eso le ruega a Barclays:

Estoy quebrado. Estoy durmiendo en la calle. Estoy pasando hambre. Por favor ayúdame.

Y no se atreve a decirle lo que acaso está pensando:

No olvides que te encontré inconsciente en ese hotel.

Por eso, solo por eso, porque Angulo me tiró un salvavidas cuando estaba ahogándome, debo mandarle el dinero, piensa Barclays, rendido.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Jaime Bayly es periodista y escritor