No fue sino hasta ahora que me topé con la soledad que supe el verdadero sentido de Ancón para los antiguos peruanos. La quietud de una semana de abril vino a dominar los espacios que siempre percibí como modernos, deliberadamente cotidianos. Devinieron parajes inmemoriales. Mágicos.
Recupera su carga arcana el silencioso legado que con pasión arqueólogos y estudiosos conservan en la memoria de vestigios que permanecen aquí y fuera del país. Me doy con que todos esos ceramios, telares, utensilios, fardos y cuerpos momificados no eran sino parte de la gran necrópolis que esta ensenada protegida de los sures fue a lo largo de miles de años. Un espacio para conectarse con el mundo ulterior y para revincularse con éste. Se veneraba al mallqui, que en quechua significa momia y semilla. Muerte y simiente. Quien partía devenía ancestro. Adquiría una nueva relación con el entorno. Esencialmente, no moría.
Muchos personajes pertenecientes a culturas y asentamientos que en el Perú se forjaron desde que el hombre dejó de trashumar hasta que los incas alcanzaron la costa fueron enterrados aquí, frente a un imponente Pasamayo cuya corona de niebla debió haber ofrendado un carácter aún más mágico al culto.
Pasa como en Paracas; uno se vuelve parte de esta serenidad, imagino solo interrumpida hace mil años por el salto poderoso de una ballena, por bandadas de aves marinas, zorros, guanacos, recuas de llamas, quizás el vuelo de cóndores, las siluetas de venados que al verdear las lomas aparecían y la música de antaras, flautas y pututos.
Fueron casualidades las que mostraron al mundo moderno el pasado que bajo tierra yacía: La construcción de las vía del tren que uniría Lima y Chancay en 1870 y que llevaría los productos de la hacienda Huando a la capital, y la llegada de la emblemática dupla de alemanes Alphons Stübel y Wilhelm Reiss, dignos protagonistas del más alucinado viaje de Verne, apasionados de los volcanes en erupción que fueron seducidos por la magia ancestral que la tierra andina les mostraba. Stübel y Reiss llegaron a Sudamérica como vulcanólogos y se fueron como arqueólogos, etnólogos, geógrafos y reporteros gráficos. Excavaron, dibujaron, estudiaron, reunieron y publicaron una obra monumental sobre la necrópolis de Ancón en tres tomos. Hoy, la fabulosa colección está en el Museo de Etnología de Berlín.
Siento una mezcla de rabia y asco al ver cómo lo que fue la necrópolis de Ancón está cubierta de basura. Debajo de esta costra de mugre, anconeros milenarios descansan envueltos en primorosos tejidos de algodón, rodeados de sus ajuares funerarios, si es que los huaqueros no lo profanaron ya todo. Un nuevo, cuarto horizonte debe trazarse en el Perú. Porque nunca es tarde para la vida después de la muerte.