Justo cuando pensábamos que Bolivia estaba haciendo una transición a la democracia después del fraude electoral del expresidente Evo Morales, la presidenta interina Jeanine Áñez ha traicionado su mandato al anunciar que se postulará para la presidencia en las elecciones del 3 de mayo. ¡Qué vergüenza!
El anuncio de Áñez es la decisión más egoísta y miope que podría haber tomado. Básicamente, deslegitima a su gobierno interino y dará nuevos argumentos a quienes, erróneamente, afirmaban que Morales fue víctima de un “golpe”.
No se suponía que fuera así. Áñez, que anteriormente fue segunda vicepresidenta del Senado y senadora opositora, asumió la presidencia provisional de Bolivia con el mandato de convocar a elecciones libres dentro de los 90 días tras la renuncia de Morales.
El exgobernante y su vicepresidente habían renunciado en noviembre en medio de protestas masivas por el fraude electoral que hicieron en las elecciones del 20 de octubre, corroborado por dos misiones separadas de observación electoral de la OEA.
Incluso antes de las elecciones de octubre, Morales había violado la Constitución al postularse para un cuarto mandato, cuando aquella solo permitía dos períodos consecutivos. Ya era un presidente inconstitucional.
Morales ahora dice que fue víctima de un “golpe”, porque un general había sugerido, en medio de las protestas masivas contra el fraude electoral de Morales, que el presidente renunciara para evitar más derramamiento de sangre. Pero, de hecho, Morales renunció ante las cámaras de televisión, porque el levantamiento popular contra su golpe electoral había hecho que el país fuera ingobernable.
Después de que Áñez asumió como presidenta interina, escribí que si los militares hubieran tomado el poder, habría sido un golpe de Estado. Pero si Áñez, como la funcionaria siguiente en la línea de sucesión, asumía el cargo y convocaba a elecciones dentro de 90 días, sería una medida legal para restaurar la democracia después de una elección fraudulenta realizada por un presidente inconstitucional.
Efectivamente, Áñez asumió el cargo el 12 de noviembre y comenzó a preparar el escenario para elecciones libres, prometiendo que no influiría en el proceso ni trataría de mantenerse en el poder.
Pero ahora, con su nuevo anuncio de que será candidata, ha traicionado su promesa. Como presidenta, podrá utilizar recursos estatales para ayudar a su candidatura. Y si gana, dejará dudas sobre las credenciales democráticas de lo que debería ser el primer gobierno democrático boliviano después de casi 14 años de autocracia.
Además, la decisión de Áñez de postularse dividirá aún más a una oposición ya fragmentada, y facilitará que el partido autoritario de Morales, el MAS, gane una segunda vuelta electoral.
Según una encuesta publicada por el diario “Página Siete”, el MAS –de izquierda– tiene el 26% de las preferencias y podría ganar la primera vuelta contra cinco partidos de centro y centro-derecha. Si Áñez llega a la segunda vuelta, es posible que algunos de los candidatos que traicionó no la apoyen, y el MAS volvería al poder.
Mi humilde sugerencia a Áñez es que retire su candidatura presidencial. Si cumple con su promesa anterior de organizar elecciones libres y regresar a su casa, pasará a la historia como la estadista que restauró la democracia boliviana. Podría ser nombrada embajadora o enseñar en alguna universidad extranjera, y regresar en unos años para postularse a la presidencia como una verdadera heroína nacional.
O, si cree que debe presentarse ahora, que renuncie como presidenta interina y haga campaña desde fuera del gobierno, como los demás candidatos. De lo contrario, será vista como otra política hambrienta de poder que se preocupa más por sí misma que por las formas democráticas, igual que Morales.
–Glosado y editado–
© El Nuevo Herald. Distribuido por Tribune