La polarización política que arrastramos es más de expectativas que de los actores que la avivan. La radicalidad tiene que ver con esperanzas frustradas, corrupción generalizada y disfuncionalidad estatal a todo nivel.
En ese contexto, la narrativa que busca posicionar Antauro Humala, desde un extremo del espectro antisistema, busca capitalizar los sentimientos de resentimiento y rechazo hacia todos los políticos del ‘establishment’, vendiéndose como el candidato “diferente”, el que no transa, “el Tánatos de todo aquello que no sirve”.
Que lo logre es otra cosa. Muchos de los más de ocho millones de peruanos que votaron por Pedro Castillo en el 2021 también apostaron por la radicalidad y el resultado es conocido. Una cosa es seguir acumulando cólera, otra muy distinta es que una gran mayoría peque de tonta al comprarse el relato de un personaje con una salud mental dudosa, teniendo tan cerca la imagen del profesor chotano tras las rejas.
Sin embargo, que lo de Humala eventualmente no prospere no quita que la expectativa por un contundente y mayoritario “que se vayan todos” no esté a flor de piel. Y aquí importan tanto el fondo como la forma para hacer “clic” con el sentimiento de la gente. El mensaje (el qué) tanto como las formas de expresarlo por el (la) candidato(a).
En medio de todo esto, además de la nefasta proliferación de candidaturas para el 2026, la derecha y centroderecha tienen dos grandes retos por superar: qué tan antisistema podrá sonar su discurso y qué tan creíbles pueden resultar sus mejores candidatos para ejecutar reformas de estructura.
Ejemplo. Un candidato de derechas que se proponga reformar el sistema de justicia o aplicar un plan tan bien pensado como eficaz contra la inseguridad ciudadana y el crimen debería no solo anunciar y detallar en qué consisten los mismos, sino pedir explícitamente el voto de la población para obtener una mayoría congresal que le permita alcanzar sus objetivos.
Mucho más a la luz de lo ocurrido en el país desde el 2016. Un gobierno sin mayoría congresal transforma a nuestro sistema político en un parlamentarismo no declarado. Por esa misma razón (cosa que nunca ha ocurrido antes en el país), los candidatos que se tomen en serio sus propuestas de reforma deberían estar acompañados por las respectivas cabezas de lista a diputados y el Senado, y de los candidatos más destacados a cada cámara.
De lo contrario, solo “el floro” va a quedar corto.