Santiago Bedoya

Hace ya unos días, el Poder Judicial declaró fundada la solicitud de la Fiscalía de declarar como ilegal el partido político conocido, durante su breve existencia, como la “Alianza Nacional de Trabajadores, Agricultores, Universitarios, Reservistas y Obreros”, o para el peruano de a pie,

Ante la disolución forzada del partido, el líder etnocacerista Antauro Humala se quedaría sin plataforma política, y, por lo tanto, sin la posibilidad de participar en las elecciones del 2026 como candidato presidencial. Con esta acción legal, el mayor cuco de las elecciones del 2026 ha sido sepultado, o, mejor dicho, las aspiraciones presidenciales de dicho cuco han sido sepultadas.

Como era de esperarse, la disolución ha sido celebrada por empresarios y políticos de derecha como parte de una especie de sacrificio ritual bien ejecutado. Siguiendo la lógica de “muerto el perro, muerta la rabia”, parece haber triunfado la noción de que, con esto, se ha eliminado el riesgo de una propuesta radical popular en nuestro siguiente proceso electoral. Sin embargo, y a mi entender, esta es una visión un tanto miope de la realidad. Se habrán logrado tumbar al candidato, si, pero no a su electorado. El deseo antisistema de millones de peruanos no debería de ser sorpresa hoy en día, a fin de cuentas, nos toca solamente recordar el auge de Pedro Castillo en el 2021 o el Ollanta Humala de polo rojo del 2006. Existe una demanda para tales propuestas, en especial en el sur del país.

Pese a ser un caso especial, siendo heraldo único del proyecto ideológico anómalo y sui generis que supone el etnocacerismo, la de A.N.T.A.U.R.O. no era la única opción radical en el menú electoral del 2026. No olvidemos Voces del Pueblo, del congresista Guillermo Bermejo, o Pueblo Consciente, del pintoresco expremier Guido Bellido, opciones mucho más alineadas con la retórica que le dio a Pedro Castillo aquel atractivo para destronar a Yonhy Lescano y llegar a segunda vuelta con Keiko Fujimori.

Los votantes que reclaman una alternativa radical, una alternativa que proponga tumbar el tablero y comenzar de cero, esos votantes no han desaparecido. Claro, podrán dividirse entre los ya mencionados herederos del proyecto castillista, pero sus demandas siguen ahí. Tampoco podemos olvidar que Antauro, pese a ya no poder aspirar a ser presidente de nuestro país, tiene todavía la muy real posibilidad de ser invitado en alguna lista parlamentaria. Imitando la formula Salaverry-Vizcarra del 2021, es importante notar que todavía hay moros en la costa.

¿Era mejor opción dejarlo competir en el proceso electoral? A mi entender, la respuesta simple es que sí. Antauro, ignorando las movidas invertebradas y pragmáticas características de cualquier político, está lejos de ser una figura íntegramente compatible con la izquierda tradicional como la conocemos, y hubiese luchado por votos con ellos en una primera vuelta electoral. Este cuco, además, carga con una mochila de pasivos peor que la de Keiko Fujimori. En plena crisis de inseguridad ciudadana, haber saltado a la fama por ser asesino de policías no es exactamente un atributo político útil. No pretendo sacar bola de cristal y pretender ser clarividente, pero esa era una lucha que la líderesa de Fuerza Popular, creo yo, podía ganar. Ahora nos tocará enfrentar un panorama donde Antauro, en vez de jugar el rol de rey, tendrá que jugar el rol de hacerreyes.

La campaña electoral recién comienza, y es muy temprano para ir cantando victoria.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Santiago Bedoya es politólogo del Centro Wiñaq

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