En pocos días tendremos nuevos presidentes, consejeros regionales y alcaldes. Estos comicios nos han encerrado en nuestras localidades como si cada una fuera un país distinto, ajeno, reflejando que los partidos nacionales y las propuestas a largo plazo languidecen y se difuminan ante el inmediatismo de ganar para ver qué se hace cuando se está sobre el muchas veces chúcaro caballo.
El asesinato político, las amenazas y las agresiones han destacado más que los programas. En un país tan fragmentado como el nuestro el odio en la política ha prosperado. Las campañas han sido de todos contra todos, el callejón oscuro ha sido agudo. Sin embargo no necesariamente han hecho mella en los aspirantes que cuentan con el respaldo de la mayoría.
Mientras que el líder histórico del PPC nos dice que la perniciosa influencia de la primera dama es poco menos que una leyenda urbana y que la “dejemos tranquila, todavía es una criatura”, enfatizando que “tiene la obligación de ayudar a su marido” y que todas las primeras damas lo hicieron. Igualmente, sostiene que lo que vivimos no existe, que pregunte nomás a varios ex primeros ministros. Lo harían descender a la cruda realidad.
La candidata y alcaldesa de Lima tuvo que aceptar a regañadientes el mal uso de dinero de la comuna. Pero lanzó un encendido rapapolvo declarando: “Levanten las alfombras, no tenemos miedo a nadie… mientras mienten inundan de mugre la campaña”, y que se considera “una mujer de paz”. Su estrategia: recontra corrupto y recontra mugre (Castañeda) versus inmaculada y prístina no ha sintonizado con el sentir de los votantes.
La Lima centralista sepulta lo que ocurre en provincias. Tres crímenes políticos: un candidato a alcalde en Pangoa, uno a concejal en Zarumilla (Tumbes) y en agosto pasado el de Amarilis (Huánuco) que iba a la reelección. No hablemos de los baleados o amenazados. La policía poco puede hacer, tampoco el JNE que junto con la contraloría nos refriegan –como si fuéramos calzonudos– que no nos dejemos engañar por las autoridades que postulan, sin abordar el drama de la violencia electoral.
Tampoco se quiere ver que en Puno (¿más o menos importante que Lima?) es probable que gane la presidencia regional un personaje antisistema, que incendió esa ciudad y que postula sin que el Poder Judicial le ponga siquiera una papeletita, menos una sanción. O que el PPC apoye a un personaje similar en Tacna.
Si vota por un candidato con respaldo y los minoritarios consideran que es corrupto usted es: desinformado, carente de ética y encima zonzo porque no se da cuenta de cuál es la verdad. Si no le importa que en Áncash gane un personaje oscuro y estrafalario o que haya un gobierno regional violento y anárquico en Puno, está en su derecho.
La corrupción –al igual que estas elecciones– ocurre en el coto de caza de cada uno, además solo existe lo que uno quiere ver, cerrar los ojos es gratis y, al parecer, aliviador, aunque todos tengamos el mismo DNI. Luego del 5 de octubre la historia será otra pero las denuncias y agravios no cesarán.