La política peruana agota. Es imposible seguirla de cerca sin que cobre un peaje en la estabilidad emocional de las personas. Que si uno dijo lo que dijo o dejó de decir lo que se esperaba que dijera es con lo que tenemos que vivir todos los días. No hay descanso ni aprendizajes. La fogata en la que se va quemando lo poquito que quedaba de institucionalidad solo se ha hecho más grande en los últimos años.
Ya no es únicamente la destrucción de la carrera pública por parte de un Gobierno al que solo le importa acomodar a sus aliados en puestos para los que no están capacitados. Y es que, si alguien todavía cree que a Pedro Castillo le interesa mejorar la vida de los peruanos, no lo ha escuchado defender a su nuevo ministro de Salud.
Esta semana, como si creyeran que al país le hacía falta una nueva crisis política, el Gobierno del profesor decidió pasar a un modo ataque. Que Castillo haya dejado el sombrero para aparecer el lunes en una conferencia de prensa con chicote en mano es más ilustrativo de lo que parece.
Al jefe del Estado le dolió su bajón en las encuestas (en las que supuestamente no cree) y ha buscado reinventarse. Como tantas otras veces, al hacerlo omitió cualquier asomo de autocrítica y llenó su estrategia de victimización. En sus ojos, la culpa de todo la tiene el Congreso que no lo deja trabajar.
Con eso, acercó al fuego una nueva galonera de combustible junto al flamante presidente del Consejo de Ministros, Aníbal Torres. Porque ese discurso de promover el diálogo para solucionar problemas se quedó apenas en el tuit institucional y en la nota de prensa reproducida en el diario oficial.
En ese sentido, que Torres haya convocado el lunes a periodistas para acusar de golpistas a las mismas personas a las que debe recurrir para pedir su confianza en unas semanas sugirió dos cosas. La primera, una absoluta falta de tacto político y la segunda, que en verdad no le interesaba obtener el voto de investidura.
Y aunque ahora ha retrocedido en esto que el mismo jefe del Gabinete llamó ayer una ‘contienda’, habrá que ver cuánto tiempo dura esta tregua. Porque el primer ministro no es particularmente conocido por su pertinencia verbal y, más bien, ha demostrado varias veces todo lo contrario. En esa línea, esta no ha sido la primera vez que tiene que pedir perdón por las cosas que dice.
El asunto acá es que el abogado no estuvo solo en la construcción de esta narrativa y varios otros representantes del Ejecutivo se sumaron a compartir el mismo mensaje. Además del mandatario Castillo, el nuevo ministro de Justicia, por ejemplo, señaló que una vacancia del presidente sería “atentar contra la democracia”. Y la ministra de Trabajo y también parlamentaria, Bettsy Chávez, presentó una denuncia constitucional contra la presidenta del Parlamento, María del Carmen Alva. ¿Eso en qué queda?
Ahora, no es que desde el Congreso sean inocentes ni las víctimas en esta historia. Los legisladores se han ganado a pulso que su aprobación sea incluso menor que la del presidente. La reunión de hace unos días en un hotel miraflorino dio cuerda al Ejecutivo para impulsar lo que ahora estamos viviendo.
Pero eso no es todo. Lo que ocurre con el impresentable ministro de Transportes y el nulo interés del Parlamento por fiscalizarlo es una vergüenza que les quita piso si lo que quieren es presentarse como la opción más sensata en esta disputa. Que 62 congresistas se hayan reunido con el cuestionado representante del Ejecutivo y que existan quienes no quieren firmar una moción de censura porque este “se comprometió con un puente”, los pinta de cuerpo entero.
Al final, nada bueno parece que saldrá de este embrollo. El fuego ya se salió de control y queremos arreglar el desastre con baldes, como intentó hacer Repsol. Es triste, pero sin partidos reales ni cuadros políticos, incluso si empezamos de nuevo, tarde o temprano volveremos a lo mismo. Así que, como dice el búho, apago el televisor.
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