Hijo de dos primos de Cárdenas, nació en Trujillo en 1895, en una casona cuyo pórtico exhibía un escudo de armas. Muy joven vino a Lima y después viajó al Cusco, ciudad imperial que marcó su rebelde despertar. En 1919, asumió la presidencia de la Federación de Estudiantes del Perú, y en 1922 visitó Bolivia, Chile, Uruguay y Argentina, país impactado por la reforma universitaria cordobesa de 1918.

El joven Haya protestaba junto a miles de personas contra el gobierno de Leguía y el intento de consagrar al país al Corazón de Jesús –iniciativa del arzobispo de Lima, monseñor Lissón–. El 23 de mayo de 1923, durante las manifestaciones, murieron un obrero y un estudiante. Dicha muerte fue interpretada como el inicio de la Alianza Obrero-Estudiantil, de la que luego nacería el .

Dos días después, en el cementerio, el líder estudiantil pronunció su discurso “¡El quinto, no matar!”. Encarcelado en octubre en El Frontón, deportado luego a Panamá a bordo del vapor –premonitoriamente bautizado– Negada, inició su destierro.

Tras visitar Cuba, terminó en México, desempeñándose como secretario del ministro de Educación José Vasconcelos, y el 7 de mayo de 1924 entregó una simbólica bandera indoamericana a estudiantes mexicanos alumbrando la Alianza Popular Revolucionaria Americana, Apra.

Conforme al manifiesto publicado en diciembre de 1926 en la revista “Labour Monthly” de Londres, la alianza constaba de cinco puntos: la acción contra el imperialismo yanqui, procurar la unidad política latinoamericana, la nacionalización progresiva de tierras e industrias, la internacionalización del Canal de Panamá y la solidaridad con las clases y pueblos oprimidos del mundo.

La alianza infundió la creación de filiales en Londres, París, Santo Domingo, La Habana, Santiago y Buenos Aires, y de partidos políticos en Cuba, Guatemala, Venezuela, Costa Rica y el Perú. El Partido Aprista Peruano fue fundado en 1930, en un taller de ebanistería frente al Teatro Segura, en Lima.

Haya, imbuido de la dialéctica marxista como método de interpretación de la realidad, la contrasta con lo observado en Cusco y en Rusia –1924– y toma distancia del comunismo soviético en el Congreso Antiimperialista de Bruselas de 1927.

Postulando la negación dialéctica entre el capitalismo y el comunismo por cuanto el primero no había favorecido la libertad económica y el comunismo aplastaba la democracia política, interpreta que, si la realidad varía de lugar en lugar y de tiempo, debían buscarse soluciones acordes a dichas diferencias.

Asimismo, plantea una concertación entre el Estado, el capital y el trabajo; simplificando: el hoy Consejo Nacional del Trabajo.

Interpreto la tríada filosófica aprista –espacio-tiempo-histórico de entonces– como la observación actual de lo que denomino el principio de la primacía de la realidad.

El Partido Aprista tiene y ha hecho historia; luchó por conquistas sociales, por su supervivencia, pactó con críticos, cogobernó, presidió una constituyente y su líder histórico fue reconocido por todo el país al final de su trayectoria. Quien resultó su heredero, Alan García, ganó y gobernó democráticamente dos veces y fue –para muchos– victimado.

Las ideas centrales que nutren las ideologías no mueren, mientras que los partidos políticos nacen, crecen, envejecen y suelen morir, pero el Partido Aprista desafía su historia –incluyendo sus pasivos– cuando proclama que “el Apra nunca muere”. Y pudiera ser porque la muerte de un partido –en principio– se produce por su caducidad legal, mientras que su ideología puede seguir mutando, renovando esperanzas.

Tras la pena, viene el duelo; y el aprismo pretende generar su propio renacimiento, acaso como la diosa griega Adrastea –la ineludible– o Ananké, que nació de sí misma y a quien los romanos llamaron Necessitas, Necesidad.

A un año del centenario del Apra, los demócratas celebramos su renacimiento partidario y su actualización doctrinaria.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Javier González-Olaechea Franco es PhD en Ciencia Política, graduado en la ENA e internacionalista