¿Es posible construir una visión integral de Lima con un poder provincial que se diluye en 42 poderes distritales, todos irreconciliables entre sí?
Quizás sea posible cuando tengamos una clase política y un Congreso con la inteligencia y las agallas para modificar de raíz las legislaciones y prácticas vigentes que han hecho de Lima un archipiélago feudal sin identidad ni sentido de futuro.
Cada cuatro años un conjunto variopinto de islas municipales despiertan ambiciones de poder más desintegradoras que integradoras.
Estamos de acuerdo en que necesitamos una metrópoli sana, segura y moderna, con una administración eficiente y decente de sus recursos. El problema es que este objetivo resultará siempre insuficiente e irrealizable en tanto perdure la fragmentación de mandos y competencias, que hacen que el poder del alcalde provincial termine allí donde comienza el poder del alcalde distrital y que el poder ciudadano acabe disfrazado de falsas rendiciones de cuentas en cabildos abiertos igualmente falsos.
Si Lima, inclusive con su desborde popular, fue alguna vez más grande que sus problemas, hoy en día la acumulación de sus problemas la ha hundido en un caos brutal y en una fealdad urbana sin precedentes. Las pocas cosas rescatables aparecen en ella como cascarones de un pasado irrecuperable (el Centro Histórico) o de un futuro incierto (el ‘boom’ inmobiliario con todas sus piezas sueltas).
Lo ideal sería que un domingo como el próximo 5 de octubre los ciudadanos de Lima eligiéramos un solo gobierno metropolitano, delegando en él todos los poderes y medios para una administración sin duda descentralizada pero articulada y orgánica. Lamentablemente, en ese mismo acto de votación, materializaremos lo peor para Lima: las armas de su fragmentación, en las manos de alcaldes distritales, en su mayoría vanidosos y arrogantes, cada cual más feudal que el otro en el manejo de su poder, de sus linderos, de sus recursos.
De nada nos sirve la promesa de una Lima con mejor aire que respirar, con mejores circuitos de tránsito, con pasos a desnivel y trenes subterráneos, y con mejor protección policial las 24 horas del día. De nada nos sirve todo ello sin la promesa fuerte y prioritaria de la modificación radical de las estructuras de poder vigentes que canibalizan los más ambiciosos proyectos de cambio y modernidad puestos al servicio de casi 10 millones de habitantes.
Probablemente Lima sea una de las pocas capitales en el mundo con un poder metropolitano gravemente retaceado y restringido.
Lima necesita de un nuevo diseño político que distribuya más eficientemente el poder municipal metropolitano y sus rentas.
Lima padece del mismo mal que el gobierno de Ollanta Humala: el de una descentralización desbordada en sus competencias y recursos. Un gobierno unitario paralizado por caciques regionales, a quienes hasta el Poder Judicial teme.