La reacción general de los medios tras el aparente intento de asesinato contra el expresidente estadounidense Donald Trump en su campo de golf de Palm Beach fue lamentable.
Hubo miles de artículos sobre posibles fallas de seguridad –lo que está bien–, pero muy pocos sobre la alarmante proliferación de fusiles de guerra que llegan fácilmente a las manos de potenciales asesinos.
El sospechoso, Ryan W. Routh, de 58 años, tenía antecedentes penales por posesión ilegal de un fusil automático y estaba escondido tras los arbustos con un fusil de asalto estilo AK-47 a casi 500 metros de donde Trump jugaba al golf.
Hace pocas semanas, el 13 de julio, otro tirador con un fusil de asalto estilo AR había disparado ocho tiros desde un tejado hacia Trump en Butler, Pensilvania.
Este tipo de rifles de asalto, que estuvieron prohibidos en Estados Unidos entre 1994 y el 2004, se han convertido en el arma preferida de los asesinos políticos y tiroteos en masa en el país. Y las ventas de estas armas de guerra se han disparado en años recientes.
Según los expertos, las ventas de armas, en general, y de rifles semiautomáticos, en particular, aumentaron por la creciente polarización política, los temores por la seguridad personal durante la pandemia del COVID-19 y el miedo a los cada vez más frecuentes tiroteos masivos.
Según la National Shooting Sports Foundation (NSSF), un grupo que apoya las ventas de estas armas de asalto, hay más de 24,4 millones de rifles AR-15 y AK en manos de civiles en Estados Unidos.
Aunque las ventas de armas de asalto han disminuido un poco después de llegar a un pico histórico durante la pandemia, se han disparado en las últimas dos décadas.
Everytown for Gun Safety, una organización que aboga por mayores controles a este tipo de armas, señala que entre el 2015 y el 2022 los tiroteos masivos con armas de asalto resultaron en más del doble de muertes y dejaron 23 veces más heridos que los ataques con armas menos sofisticadas.
Ha habido al menos 2.373 tiroteos masivos en Estados Unidos solo en los últimos cuatro años, según el grupo de investigación Gun Violence Archive.
Y, sin embargo, los medios hablan muy poco de los rifles semiautomáticos, incluso tras los recientes atentados contra Trump. El uso de armas de asalto se ha convertido en la nueva normalidad en Estados Unidos.
La Asociación Nacional del Rifle, el lobby de las armas y el Partido Republicano de Trump han convencido a muchos con el dudoso argumento de que el uso de fusiles semiautomáticos está protegido por la segunda enmienda de la Constitución.
Sin embargo, la Constitución de Estados Unidos proclama “el derecho del pueblo a poseer y portar armas”, pero no el derecho a poseer un arma nuclear o una bazuca. La Constitución se refería a las armas de fuego manuales y no a los fusiles semiautomáticos y automáticos que ni siquiera existían cuando fue redactada en 1787.
“Existe el mito de que los estadounidenses son excepcionalmente violentos, pero eso no es cierto”, dice Garen J. Wintemute, director del Centro de Investigación para la Prevención de la Violencia de la Universidad de California.
El argumento del lobby de las armas de que los estadounidenses necesitan estas armas de asalto para cazar es igualmente ridículo. ¿Realmente se necesita un rifle que se recarga solo para matar una paloma o un ciervo?
Los rifles tradicionales son mucho más adecuados para la cacería ética, porque obligan a los cazadores a realizar disparos limpios y precisos.
Es hora de que los medios se centren en el papel de las armas de asalto en los tiroteos masivos y la violencia política, y de que los votantes elijan a candidatos que apoyen el restablecimiento de la prohibición de las armas de asalto que existió entre 1994 y el 2004.
Puede que esa prohibición no detenga a los violentos, pero ayudaría a salvar muchas vidas.
–Glosado y editado–
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