La maniobra del gobierno para arrinconar al fujimorismo y acentuar sus divergencias internas, planteando la posibilidad de liberar al ex presidente Alberto Fujimori, tuvo relativo y temporal éxito, pero ahora la oposición se apresta a devolver el golpe con creces.
Una de las consecuencias fue, en efecto, que nuevamente se hicieron explícitas las diferencias en Fuerza Popular. Por ejemplo, Kenji Fujimori dijo en conferencia de prensa: “Quiero hacer una invocación, quiero pedir que no se juegue pimpón con la vida de mi padre”. Uno de los jugadores es, sin duda el gobierno, pero el otro es la facción que dirige su hermana Keiko.
Otro resultado fue que la negativa del keikismo a aceptar la propuesta de prisión domiciliaria ha dado lugar a que se critique a la lideresa de la bancada mayoritaria con gruesos epítetos. Se le acusa, en síntesis, de sacrificar a su padre por su ambición de poder.
Por último, con este tema el gobierno pudo tomar la iniciativa política por un corto tiempo y poner al fujimorismo a la defensiva. Hasta ahí las ventajas alcanzadas por el gobierno.
Ahora vienen las represalias, empezando con la interpelación y el consiguiente vapuleo de dos ministros y quizás la censura de por lo menos uno de ellos.
Como dije aquí hace un par de semanas, era una jugada riesgosa y “si la maniobra fracasa y, finalmente, Alberto no recobra la libertad, PPK tendría que enfrentar a un fujimorismo más enfurecido todavía, que ahora sí lo atacaría sin pausa ni contemplaciones”. Eso está ocurriendo ahora.
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Algunos se sorprenden y no alcanzan a comprender cómo el presidente Pedro Pablo Kuczynski (PPK) pudo equivocarse de esa manera y no calcular todas las posibles consecuencias de su operación. Es sencillo, él ha sido casi toda su vida un hombre de empresa –al igual que varios de sus más importantes colaboradores– y piensa y actúa como un empresario. En una negociación empresarial usualmente ambas partes ceden algo para ganar un poco cada una, nadie queda totalmente satisfecho, pero tampoco nadie se levanta de la mesa habiendo perdido todo. Ese es un tipo de racionalidad.
Por eso en el gobierno creyeron que una solución intermedia como la prisión domiciliaria sería viable, cada parte cedía en algo pero también obtenía un beneficio. Alberto la pasaría mejor en su casa que en la Diroes, la oposición tendría que agradecer el gesto y bajar la presión sobre el gobierno y la página habría sido volteada, como sostuvo PPK en un claro mensaje al fujimorismo en busca de una suerte de coexistencia pacífica.
Se equivocaron completamente. En política existe otra racionalidad, otros intereses, otras pasiones.
El fujimorismo –o el keikismo, que es el que decide–, como ha quedado claro ahora, solo acepta la libertad total de Alberto a través del indulto. (El anuncio de Keiko –presentará un recurso de hábeas corpus que no tiene perspectivas– es una jugada para las tribunas).
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Hay varias interpretaciones de por qué esta posición maximalista. Algunos dicen que en realidad Keiko no quiere a su padre libre porque le restaría poder y por eso pide algo que estima es imposible de alcanzar. Otros sostienen que en verdad ama a su padre, quiere verlo totalmente libre, y cree que presionando más fuertemente puede lograrlo. En este caso ella obtendría un triunfo resonante, pues habría logrado el anhelo del fujimorismo sin tener que firmar ella el indulto.
En esa posibilidad la presión de la oposición sobre el gobierno inevitablemente descendería, aunque posiblemente solo durante un tiempo. Pero precisamente ese es el tiempo que PPK y su equipo necesitarían para pasar el bache del enfriamiento de la economía y de las consecuencias de los desastres naturales. Es el período que requieren para mostrar resultados. Y, sobre todo, para alejar la amenaza de la vacancia presidencial.
El asunto es si PPK tendrá la audacia y la firmeza para tomar una decisión difícil y también riesgosa como indultar a Fujimori, para cortar ese nudo gordiano que encona la política peruana desde hace una década.
Lo más fácil es no hacer nada al respecto, escudándose en lo que dicen algunos abogados sobre la imposibilidad jurídica del indulto–aunque, como siempre, hay otros abogados que tienen los argumentos contrarios–. Pero eso lo pone nuevamente al borde del abismo.