El congresista José Arriola Tueros ha presentado un proyecto de ley que pretende reestablecer la formación premilitar en colegios y, a través de ella, “inculcar valores morales y cívicos”. Lamentablemente, aplicar esta propuesta sería un regreso a un modelo educativo simplista y de tendencia paternalista, por no decir autoritaria. Sin embargo, su preocupación es admisible. La grave crisis de valores que vivimos, en un contexto de décadas de corrupción que sufrimos a todo nivel, hace urgente una reflexión no solo sobre sus consecuencias y riesgos, sino también sobre la educación misma en valores, las razones de su deterioro y las propuestas que podemos formular sobre la base de la investigación educativa vigente.
El psiquiatra y psicoanalista Saúl Peña, en “Psicoanálisis de la corrupción”, precisa que la crisis de valores que afrontamos “pone en peligro la cultura, la ética y la integridad de [nuestro] entorno social”. Las investigaciones internacionales coinciden en la importancia de los valores compartidos como un asunto estratégico de las sociedades. Los valores compartidos, se afirma, cohesionan a los grupos humanos y los autodefinen como naciones. Sin embargo, son principios que están en crisis en el mundo, pues, como documentó el educador estadounidense Philip Coombs, la capacidad docente de instituciones como la familia, la escuela o la iglesia se ha venido debilitando con el desarrollo de las grandes urbes. Por ello, países como Estados Unidos, Alemania y España transitaron hacia la implementación de planes generales de educación en valores, con la finalidad de volcarse a construir ciudadanías robustas.
La experiencia peruana no es distinta. El Perú es una nación con grandes avances de interculturalidad; sin embargo, arrastra aún conflictos sociales ancestrales, étnicos, raciales y regionales. Desde pequeños chauvinismos regionales, hasta un visible sistema de clases y jerarquías sociales que pervive hasta hoy; estos conflictos impiden y/o dificultan asumir valores compartidos de peruanidad y cohesión social que produzcan armonía y bienestar. El Proyecto Educativo Nacional (PEN) al 2021 y hoy el PEN al 2036 plantean ya un desarrollo humano y una formación integral que reconoce estas brechas y que busca superar la grave crisis de valores que vivimos. La realidad, empero, demuestra la insuficiencia de lo hecho hasta ahora para lograr una ciudadanía practicante de valores éticos. El currículo escolar actual ya prioriza enfoques educativos para construir un actuar en valores y actitudes, y la comprensión de los derechos y deberes que buscamos formar en los futuros adultos. Sin embargo, solo dos o tres de sus 31 competencias se orientan a construir autoestima y al diálogo respetuoso hacia objetivos comunes, el bienestar y la cohesión de nuestra sociedad.
La educación en valores demanda transformar la educación autoritaria tradicional en un proceso donde el educando no memoriza, sino interioriza competencias de diálogo crítico. Las metodologías formativas para ello son diversas. La actitudinal y temática usan estrategias de refuerzo positivo o negativo inicialmente. Luego está la educación del ejemplo, que ejercen padres, maestros y medios de comunicación comprometidos. Pero la más trascendente e indispensable de las metodologías es la que ayuda a los estudiantes a evaluar autocríticamente su comportamiento, reflexionando sobre el bienestar que este puede generar en él mismo y en sus semejantes, y reconocerse como responsables de sus decisiones. Estas metodologías colocan a los estudiantes en la posición de reflexionar y reconocer las diferencias de pensamiento y, a la vez, construir empatía.
Visto este avance de la educación en valores, retornar a la educación premilitar resultaría ser una estrategia autoritaria obsoleta. Sin embargo, hay aún mucho por hacer. Los enfoques del PEN 2036 son teóricamente correctos, pero fallan los actores. Nuestra sociedad vive un problema estratégico gravísimo, pues millones de niños y adolescentes carecen de referentes educativos ricos en valores. Docentes mal preparados son incapaces de ser referentes y lo mismo sucede con una educación mediática que no educa en el diálogo, sino en el conflicto. Una nueva educación completa en valores ha de empezar pues con una toma de conciencia general del rol ejemplar que debemos cumplir y de la consecuencia formativa que tenemos que honrar con nuestro comportamiento.