Javier Díaz-Albertini

Ya son varias las columnas en las que trato la problemática actual de falta de diálogo y el debilitamiento de espacios y voluntades para su realización. Este es un problema que aqueja a buena parte de las actuales. En forma suelta y generalizada denominamos el fenómeno como “”.

Este problema se ha vuelto más complejo debido al dominio de las identitarias. Bajo esta premisa, el yo es soberano y las características personales (mis identidades) son las que mandan y organizan mis acciones políticas y mis actitudes hacia los demás.

Así, resulta casi espontáneo rechazar al otro porque “no es como yo” y se cae con facilidad en la polarización.

Es difícil superar estas tendencias, pero me pareció interesante el abordaje de expuesto en su discurso ante la Convención del la semana pasada. Y cito:

“Después de todo, si un padre o abuelo ocasionalmente dice algo que nos avergüenza –por su incorrección– no asumimos automáticamente que son malas personas. Reconocemos que el mundo se está moviendo rápido, que necesitan tiempo y tal vez un poco de aliento para ponerse al día. Nuestros conciudadanos merecen la misma gracia que esperamos que nos extiendan a nosotros. Así es como podemos construir una verdadera mayoría demócrata, una que pueda hacer las cosas”.

Al escuchar el discurso, pensaba, por ejemplo, en mi madre de 96 años, una católica conservadora que tiene una nieta trans y lesbiana. Sigue recibiéndola con los brazos abiertos y, aunque a veces dice alguna barbaridad, se le perdona porque reconocemos que su mundo es otro y que toma tiempo ajustarse al torbellino posmoderno.

El énfasis está puesto en lo que Obama describe como el “aliento para construir”.

También explica por qué en tantas familias los temas de política y religión son relegados u obviados. Y no es cobardía. Lo que pasa es que nos inspira el explícito reconocimiento de que la unión es más importante que la fragmentación y la violencia.

Aprendan de mi madre. Cada vez que las discusiones se ponían feas y aumentaba la ira, ella interrumpía el intercambio y me preguntaba: “Javier, ¿cómo se metió el agua al coco?”. Y fin de la discusión. Era su forma de decir que había otras cosas más importantes en la vida.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Javier Díaz-Albertini es Ph. D. en Sociología

Contenido Sugerido

Contenido GEC