El mes pasado ciudades enteras alrededor del mundo se tiñeron de rosado por la enorme expectativa generada por la llegada de “Barbie”, la más reciente película de Greta Gerwig. La cinta no solo fue una de las más esperadas del año, sino, quizás, de la década. ¿Por dónde empezar? Es difícil, como siempre que uno ve sus obras, poner en palabras justas lo que la directora ha logrado con su trabajo, pero de todas formas lo intentaré en las siguientes líneas.
¿Cómo explicamos el desmesurado éxito que “Barbie”, con apenas unas semanas de estrenada, ha tenido a nivel mundial? Lo lógico es partir por la brillante estrategia de marketing que se usó para su difusión y que seguramente ya todos hemos podido gozar por diferentes canales. Esto, además, alimentado por las ganas de ver a un elenco que convocaba a prácticamente medio Hollywood y a una banda sonora que ya prometía marcar un récord. Aunque, a mi parecer, lejos de merecer una nominación en las categorías de actuación entrantes (y seguramente será una opinión impopular que podemos, con gusto, discutir), la presencia de Ryan Gosling y Margot Robbie se ha llevado buena parte de la fanaticada –incluyéndome, claro está– y ha elevado el nivel del film aún más.
Pero no podemos quitarle crédito a la relevancia que Gerwig tiene hoy en día en la industria cinematográfica. Y es que su aporte para la lucha por la igualdad de género y su compromiso con darle una voz a las mujeres en la pantalla grande se ve siempre reflejado en sus historias: ya lo hemos visto con “Lady Bird”, con “Little Women” y ahora lo vemos con “Barbie”. La mente de Greta funciona de una manera muy particular que no todo espectador logra entender.
Visualmente, la película es un deleite de colores vivos, paisajes llamativos y atmósferas alegres. Pero la prolijidad en su trabajo destaca aún más para quienes crecimos –y por supuesto que me incluyo, una vez más– jugando con la clásica muñeca. Desde la forma del pie cuando sale de su zapato hasta la taza de café vacía; desde la forma como baja de su habitación hasta el carro sin motor que puede atravesar cualquier superficie; “Barbie” empieza siendo un abrazo a esa niña interior que coleccionaba cada accesorio y que cada Navidad pedía una nueva edición de su muñeca favorita porque, con ella, tenía la seguridad y la libertad de que podía “ser lo que quiera ser”. Pero para nosotras, esas niñas que crecimos rogándole al cielo tener la cintura delgadita, el pelo rubio y las piernas largas, tal y como nuestras “hijas” las tenían, la película es mucho más. Hacia el final, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón arrugado, una entiende que, en realidad, era un abrazo para la mujer que actualmente somos todas y cada una de nosotras. Si llegaste hasta aquí, incluso después de haber visto la película, y sigues creyendo que fue “una porquería” –como he leído por ahí–, quizás es porque no la entendiste en su totalidad.
“Barbie” no es un simple ‘live action’ de las aventuras de la tradicional muñeca. Nunca pretendió serlo. Mucho menos es una película “infantil”. Más allá de una historia de lucha y superación femenina, la cinta es también una sátira –o acaso simplemente un abrir de ojos– a una sociedad machista que nos presiona día a día (y, vamos, basta con solo ver el ‘tráiler’ para notarlo). Barbie ha salido de su mundo perfecto en el que las mujeres tienen tantas o más posibilidades que los hombres, en donde cada una es libre y autónoma, en donde el empoderamiento ni siquiera es un tema en discusión porque se vive con absoluta normalidad.
De pronto, Barbie empieza a notar cómo sus pies se vuelven planos, comienza a salirle celulitis y siente ganas de llorar todo el tiempo. Barbie, ante sus propios ojos, empieza a “fallar”. Digo “fallar” entre comillas porque así es exactamente como nos han hecho sentir a las mujeres. Que nuestra piel arrugada, nuestros kilos extra, nuestras emociones descontroladas, entre otros infinitos, son fallas, desperfectos de fábrica. Y es entonces cuando Barbie, para volver a su “normalidad”, tiene que enfrentarse a una cachetada de realidad donde debe luchar el triple por sus oportunidades, donde es tratada como un objeto, donde su intelecto no es tomado en cuenta y su valor se mide por su físico. Los chistes comienzan a tornarse crudos –¡bienvenidos al mundo real!–, “soy un hombre sin poder, ¿eso me vuelve una mujer?”, las empresas están dirigidas por hombres y a Barbie le silban en cada esquina. Mientras tanto, Ken descubre que el mundo de los humanos le ofrece un poder que desconocía y, poco a poco, comienza a sacar provecho de ello, dejando a Barbie abandonada. Pero es el trabajo de todas las Barbies unidas el que logra que, finalmente, exista una comunidad equitativa y con oportunidades igualitarias para todos.
Greta Gerwig no ha hecho más que una preciosa carta de amor dirigida a todas las mujeres sin excepción. Pero la forma en que logra hacerlo sin romantizar nuestra existencia y, más bien, abrazando las imperfecciones, es lo que más destaca. La película es un cariñito al corazón para nosotras que a veces somos valientes, pero que siempre vivimos con miedo; para las que saben lidiar con el mundo, pero también para las que aún seguimos descifrándolo; para las que queremos ser madres, pero también para las que deciden no serlo; para las que han encontrado el sentido de su vida, y también para las que están perdidas; es una caricia para las que se despiertan con la esperanza de que hoy el mundo sea un poquito mejor, pero también para las que lucharon por lograrlo y se quedaron en el camino.
El mensaje es incluso mucho más extenso. Barbie puede ser lo que quiera ser, pero Ken también. Y es que existe hoy el erróneo concepto de que el feminismo es la supremacía de la mujer sobre el hombre. Basta con abrir un diccionario para entender que no es así. El feminismo es igualdad. Es construir esa sociedad en la que Barbie y Ken tengan las mismas oportunidades de ser presidentes, sabiendo que, de cualquier forma, estará bien. Es construir esa sociedad en la que ellas pueden caminar por la calle, usando si quieren ‘leggins’ color neón, sabiendo que estarán a salvo. Es construir una sociedad en la que no existan ‘Mojo-Dojo Casa Houses’ en las que se las priva de tener voz y voto en las decisiones porque “él provee”; una sociedad en la que las emociones de todos son validadas y el pago de salarios es equitativo.
“Barbie” deja un legado enorme para las nuevas generaciones de niñas –y, por qué no, de niños también– que aún están descubriendo un mundo duro, pero cada vez más receptivo a los pequeños y necesarios cambios que ocurren. La separación entre ‘Barbieland’ y el mundo humano hacia el final también es un llamado de atención para entender que las muñecas son simplemente eso, juguetes de plástico, independientemente de quienes le hayan dado vida, y nosotras tenemos que dejar de poner nuestras expectativas en estas.
Gracias, Greta, una vez más. Y gracias al cine que nos hace estos regalos.