(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Santiago Roncagliolo

Tras más de una década viviendo en Barcelona, he pasado ahí los años más felices de mi vida. Y también algunos malos. Muchas veces he querido marcharme, pero al final siempre me rindo ante la evidencia: de todos los lugares que conozco, es el mejor para criar a mis hijos.

Algunos políticos hacen que Cataluña parezca un campo de batalla. En realidad, es un lugar donde puedes ser y pensar lo que quieras. Hay tantas personas diferentes que siempre encontrarás tu lugar. Y casi todas tienen algo en común: respetan la libertad de los demás y valoran la buena vida. Les encanta conversar con una cerveza frente al mar, disfrutar del sol o apreciar la belleza de un edificio original. Es un lugar que, vengas de donde vengas, te invita a compartir con los demás y ser feliz con las cosas pequeñas.

Los salvajes de la semana pasada hicieron blanco en todo eso. En agosto, precisamente, por las vacaciones de verano, circulan por La Rambla más visitantes que locales. Entre el centenar largo de muertos y heridos se cuentan 35 nacionalidades. La mayoría de ellos estaba dedicada simplemente a pasarla bien.

Los terroristas detestan eso: una sociedad de gente diferente capaz de convivir sin matarse. Una cultura que no glorifica la muerte, sino valora el placer de vivir. Los extranjeros, con su cultura de tolerancia y libertad, son el símbolo de Barcelona como tierra de acogida y apertura, todo lo que los fanáticos no pueden soportar.

Por eso mismo, durante la semana siguiente a los atentados, me ha resultado doloroso ver a demasiados políticos empeñados, una vez más, en fabricar divisiones e inventar culpables. Como nada moviliza más que un enemigo, muchos han corrido a acusar al enemigo equivocado.

El consejero de Interior del gobierno catalán declaró que entre las víctimas mortales del atentado se contaban “dos personas catalanas y dos personas de nacionalidad española”. Con una sola frase, no solo separó dos nacionalidades que son legalmente la misma sino, sobre todo, reclutó a los muertos para su agenda política de enfrentamiento, como si ellos no tuvieran bastante.

En el otro extremo, un dirigente del Partido Popular se quejó de que las autoridades catalanas no diesen sus conferencias de prensa en español, lo cual es sencillamente falso. La comunicación se realizó en catalán y español. Solo que, a ese señor, la mentira le permite sembrar discordia.

Lo más xenófobo ha sido sin duda la Candidatura de Unidad Popular (CUP), un grupo radical que apoya al gobierno catalán. La CUP defiende abiertamente ataques e intimidaciones contra turistas. Ahora, en vez de desmarcarse claramente del terrorismo, se ausentó de homenajes a las víctimas. Argumentó que el rey de España asistía a esos actos. Según la retorcida lógica de este grupo, por algún oscuro retruécano del capitalismo global, el rey es cómplice del Estado Islámico. Y los sociópatas que atropellaban transeúntes solo son peones de los planes malignos de la monarquía (!).

Afortunadamente, esos irresponsables no representan a mi ciudad. Los barceloneses de a pie salieron a la calle una y otra vez a expresar que no tienen miedo. Un grupo de vecinos de Las Ramblas expulsó a una banda de fascistas que quería propagar su odio al Islam y a los diferentes. Miles de musulmanes se manifestaron en la Plaza Cataluña para condenar la violencia y decir “no en mi nombre”. Esos vecinos espontáneos y anónimos, muchos de ellos extranjeros, no tienen un líder, pero rechazan el odio. Y encarnan mejor que cualquier político la Barcelona que amo, la que no quiere barreras entre las personas, la que los asesinos no pueden soportar.