Me uno a la reciente declaración de Javier Escobal y Javier Herrera, destacados expertos en temas de estadística económica y social y miembros de la Comisión Consultiva de la Medición de la Pobreza, en cuanto a la necesidad de mantener la autonomía técnica del trabajo que realiza el INEI. Su declaración ha sido publicada ante una reciente propuesta del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social para asumir la responsabilidad de ese seguimiento estadístico. O sea, para volverse gato de despensero, hay que ser responsable del cumplimiento de los objetivos de diversos programas para reducir la pobreza y mejorar las condiciones de vida social y responsable –a la vez– de la medición de ese cumplimiento.
Sugiero aprovechar este debate para reflexionar más ampliamente sobre el papel de las estadísticas en un mundo que es hoy muy diferente al que conocí cuando empezaba mi carrera de trabajo profesional hace seis décadas. No obstante, la medición de sus diversos aspectos económicos y sociales sigue dificultado por múltiples obstáculos derivados de su geografía y de los vacíos en la obra de sus gobiernos locales y programas nacionales.
Hace seis décadas una casualidad puso en mis manos la responsabilidad de calcular y anunciar los resultados oficiales de una estadística creada por el BCR sobre el reciente crecimiento económico peruano, la misma que fue criticada en los debates políticos del momento, por lo que debieron entonces pasar por una revaluación técnica. Para realizar esa revisión, el BCR contó con la asesoría técnica del FMI, a cargo de Charles Schwartz, uno de los expertos que había participado en la creación original de las estadísticas de cuentas nacionales de los Estados Unidos bajo la dirección de Simón Kuznets, creador de los conceptos y metodologías de las estadísticas económicas que hoy publican casi todos los países del mundo.
El encargo y la dirección de Schwartz se convirtieron en una nueva educación de tres años y se podría definir como un curso de posgrado sobre la realidad económica de un país pobre y huérfano de estadísticas confiables para la mayoría de la actividad económica. La experiencia incluyó visitas a otros países con problemas similares de falta de información. Una de esas visitas me llevó a Montevideo, ciudad entonces relativamente pequeña, donde visité la sede del INEI de ese país. Cuando descubrí que Uruguay no realizaba un proceso de visitas y cuestionarios a las empresas manufactureras, pregunté cuál era su metodología, entonces, para calcular el crecimiento de esa actividad. Sin inmutarse, me contestaron: “No es problema. Desde aquí en este edificio podemos ver toda la ciudad y así vemos cuándo se construye una nueva fábrica”. La respuesta me sirvió como consuelo de tonto: mucho de lo que hacíamos en el Perú podía ser catalogado como un recurso igualmente atrevido y sujeto a error.
La calidad de las estimaciones estadísticas, tanto para la economía como para otros aspectos difíciles de medir, como son la atención de salud o las necesidades de los mayores de edad, siempre estarán sujetas a márgenes de error sustanciales, especialmente cuando se trata de la población más pobre y aislada, por lo que la evaluación independiente de los esfuerzos públicos y privados para reducir tales penurias debe merecer una prioridad máxima.