En el Perú la vida no vale nada. Los asesinatos por encargo son pan de todos los días. Las hijas matan a sus madres para heredarlas; los hombres a sus mujeres por celos; las madres y padres a sus hijos para causarse sufrimiento entre ellos. Otros matan a cualquiera por dinero, por venganza o porque se pasaron de drogas.
Los medios y los legisladores hablan del aborto como si se tratara de la extracción de una muela infectada y no del exterminio de un niño por nacer. Lo sagrado de la vida se ha olvidado. Los humanos son insensibles con su propia especie, maltratan a los más débiles y más al resto de especies.
En días recientes un par de energúmenos destrozaron a pedradas la cabeza de un lobo marino, en playa Chimú, balneario de Samanco, en Chimbote. Las macabras escenas fueron grabadas por terceros, pero nadie intentó detener a los salvajes.
El maltrato animal debe preocuparnos a todos, porque a todos nos atañe. No es algo frívolo, sino un grave problema social, vinculado a la violencia intrafamiliar. Para los especialistas, es un rasgo de los psicópatas y todo indica que quienes son violentos contra los animales lo son también contra los niños y las mujeres. La crueldad se contagia y se aprende.
En Estados Unidos los estudios sobre violencia doméstica empezaron a incluir, desde hace más de dos décadas, al maltrato animal. Hoy países como Australia, Gran Bretaña, España, Japón, Canadá y Nueva Zelanda hacen lo propio.
La violencia familiar coexiste con la crueldad contra las mascotas de esos hogares violentos. Un círculo vicioso que demuestra que más del 60% de que quienes fueron testigos o participaron en actos violentos contra los animales, cuando adultos maltrataron a sus hijos y a sus parejas. Y hay más.
Las cifras (estadounidenses) demuestran que el 71% de las mujeres que acudieron a una casa de refugio refirieron que su agresor había herido o matado a su mascota por venganza o como forma de maltrato emocional y psicológico; y el 30% de esas mujeres abusadas manifestó que sus hijos maltrataban animales (resultado, sin duda, de vivir en un ambiente sellado por la agresión). Según los expertos, el abuso de animales realizado por niñas y niños es una alerta temprana de graves trastornos de la conducta.
Hoy en casi la mitad de estados de Estados Unidos se rescata a las mascotas de hogares violentos. Y en algunos condados se ha abierto un registro de maltratadores de animales. Hacer sufrir a un animal es, para los desadaptados, una demostración de poder frente al otro. Dentro de la familia es la manera en la que el agresor somete (a golpes o patadas) y crea una sensación de miedo frente a su persona.
No se puede permanecer indolente frente al maltrato animal, no solo porque es un acto de incivilización y crueldad, sino porque es el “entrenamiento” para la violencia contra los más débiles.
Todo el peso de la ley debe caer sobre los maltratadores, sean sus víctimas humanas o no.