“Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma”, señaló alguna vez Julio Cortázar en “Rayuela”. Ciertamente, las palabras tienen serias limitaciones. Pero vaya que resultan imprescindibles en tiempos de desbordante alegría o, como ocurre en este trágico 2020, de profundo dolor.
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El inmenso poder sanador de las palabras, contenidas en los viejos textos, llevó a José de San Martín a inaugurar una biblioteca pública en Lima, al mes de declarada la independencia. En su discurso, San Martín señaló que la ignorancia era la principal columna del despotismo, cuya consigna era mantener “el pensamiento encadenado” negando la dignidad y la “perfectibilidad” humana.
Una administración ilustrada como la que creía representar el Protectorado, fundaba una biblioteca por una serie de razones, y aquí cito a San Martín: para que “las almas” recibieran “nuevo temple”, tomara “vuelo el ingenio”, se gestara la ciencia y las preocupaciones se disiparan. Cabe recordar que, mucho antes de que el militar rioplatense fundara la Biblioteca Nacional, nuestro ilustrado Eusebio de Llano Zapata comparó dicha institución con la república de las letras, donde una suerte de ciudadanía simbólica se generaba a partir del conocimiento transformador e incluso infinito.
Cuando pienso en la inauguración de nuestra Biblioteca Nacional, hace 199 años, viene a mi memoria el camino plagado de dificultades de su fundador, quien en Huaura casi cae diezmado por una peste que se extendió entre su tropa, matando a centenares a escasos meses de declararse la independencia. Es probable que su experiencia con la adversidad le enseñara al general San Martín que el temple no solo se forja en el campo de batalla, sino en la quietud de un espacio capaz de atesorar miles de voces y relatos de otros seres humanos. Los que con sus angustias, sueños y esperanzas vienen a nuestro encuentro para recordarnos que es la fragilidad la que nos define como especie, pero también la enorme creatividad que desde tiempos inmemoriales sirve de escudo ante los embates de la vida.
La primera colección de libros de nuestra Biblioteca Nacional le perteneció a San Martín y a partir de ese momento nuestra república de las letras ha sufrido desde el saqueo organizado, durante los años de la ocupación chilena, hasta escandalosos robos internos, pasando por un voraz incendio que se llevó joyas bibliográficas de un valor incalculable. Caer para levantarse para luego volverse a caer pareciera marcar un derrotero plagado de tragedias similar al de esa misma república agrietada que en menos de un año abrazará su bicentenario. Lo que sorprende, sin embargo, de la Biblioteca Nacional y su joven administración es su capacidad de generar, justo en este momento de pena y frustración, espacios de discusión, conversación y solaz para millones de peruanos, cumpliendo aquella función que señaló su fundador y que, cabe volver a recordarlo, surgió en medio de la guerra, la peste y la incertidumbre más absoluta.
Siempre recuerdo los años terribles del terrorismo inhumano cuando cada mañana me iba a investigar a la Biblioteca Nacional de la avenida Abancay y entre el olor de la madera y los libros viejos viajaba al siglo XIX para regresar renovada y con ganas de seguir aprendiendo sobre la fascinante historia del Perú. Ahora, en plena pandemia la Biblioteca Nacional y un equipo de servidores públicos con mística y propósito nos han llevado por los caminos de la ciencia, la historia, la literatura, la dramaturgia, el arte, las culturas originarias y toda la creatividad peruana.
Mediante cientos de conferencias, que han llegado a lo largo y ancho del Perú, el conocimiento se ha democratizado, concretando el viejo ideal de una biblioteca capaz de darle “temple” a las almas. “Probablemente de todos nuestros sentimientos”, y aquí vuelvo a citar a Cortázar, “el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”. La vida sigue dando la batalla desde un hospital donde una enfermera lo da todo para salvar a un compatriota. Y también desde una república de las letras y una cultura milenaria de la cual, como lo afirmó hace poco el recordado antropólogo Ricardo Valderrama, surge la fortaleza para dominar, al menos mentalmente, esta realidad difícil que nos ha tocado confrontar.
CODA: El bicentenario de la expedición libertadora de San Martín será conmemorado en una cátedra organizada por el Proyecto Especial Bicentenario. Todos están invitados.