Lo bueno de editar una nueva publicación es que, a lo largo de ese proceso mental, se produce un encuentro con la genealogía intelectual de donde provino buena parte de la inspiración original. Y eso fue justamente lo que me ocurrió, hace algunos días, mientras editaba mi nuevo libro: “En el umbral de lo desconocido: reflexiones sobre el pasado y presente del Perú”. En el texto, que saldrá publicado el próximo mes por Planeta, me propuse establecer las conexiones entre el pasado y el presente de nuestra historia republicana, aventurándome, incluso, a señalar algunas alternativas con miras a un futuro incierto. La relectura de viejos textos y la redacción de otros nuevos me llevaron de vuelta a dos conceptos que he venido trabajando a lo largo de varias décadas: el “Estado Peruano como botín”, que se transnacionaliza con la llegada de múltiples ejércitos extranjeros al Perú para ayudar a independizarlo, y el “bien común”, concepto sumamente poderoso que proviene del pensamiento de los primeros republicanos, cuyos antecedentes se remontan al “Mercurio Peruano”, pero, también, a las discusiones entre los miembros de la ilustrada Sociedad de Amantes del País.
El concepto de “república” que manejaron los redactores del “Mercurio” exhibe un aire de familia con el humanismo cívico de la estirpe latina. Para este, el orden, la moral y la virtud eran los fundamentos de toda sociedad civilizada. El establecimiento de buenos gobiernos republicanos, capaces de resolver el urgente problema de la representación política, se convirtió en una tarea titánica en el Perú posindependencia. El congresista Francisco Xavier de Luna Pizarro opinaba que la sublime empresa de constituir una república era un desafío tremendo debido a lo forzoso que era acordar opiniones en un mundo caracterizado por la heterogeneidad. El sacrificio del bien individual, en aras del verdadero bien nacional –ineludible deber de todo buen republicano–, irremediablemente colisionaba con el desastroso principio del interés personal. Ciertamente, la clave para entender la cartografía político-cultural del siglo XIX radica en una aproximación al vocabulario y a las prácticas de sus principales actores. De ahí se deduce la gran preocupación por la carencia de aquello que José Faustino Sánchez Carrión denominó “la aptitud civil de la república”. Una mentalidad estrechamente asociada a la importancia de lo público por sobre lo exclusivamente privado era esencial para una convivencia pacífica entre todos los miembros de la comunidad peruana.
El tema del bien común descansaba en la instauración de una “república económica” capaz de satisfacer las necesidades materiales de todos sus hijos. “Espero de vuestra excelencia el justo premio [...] –en medio de 14 años de largas tareas y fatigas en obsequio y servicio de la madre patria–”, señaló desde Chincha el veterano Vicente Toledo. Militares desmovilizados y empobrecidos solicitaron lo que estuviera disponible, aunque ello fuera un destino en algún pueblito alejado de la serranía peruana. De esa manera, la recompensa por los servicios prestados a la república llegó a miles de militares que participaron en innumerables combates por la independencia nacional. El republicanismo militarizado, que lentamente fue haciéndose de los recursos estatales, resolvió garantizar la gobernabilidad y la paz social mediante la institucionalización de la prebenda. Paradójicamente, la llamada “salvación de la patria”, inaugurada desde los años aurorales de la república, pero potencializada a mediados del siglo XIX, fue derivando en la corrupción que, junto con la anarquía –por la disputa a muerte por el privilegio emanado del Estado–, marcó a sangre y fuego a la cultura política peruana. Así es posible afirmar que la noción del “Estado como botín” se consolida con la expropiación de la riqueza guanera, delimitando, simultáneamente, el prebendarismo que hoy llega a los límites de la desfachatez y del crimen incontenible.
¿Cómo romper el círculo vicioso, donde el robo a mano armada –sin importar las terribles consecuencias para el colectivo– se ha normalizado en el Perú? Cuando le preguntaron a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba que era el primer signo de civilización prehistórica, ella se refirió al hallazgo de un fémur roto y curado. Esto significaba que alguien se quedó con el herido a lo largo de su convalecencia, evitando que los animales depredadores lo devoraran. La civilización empieza cuando decidimos que mi bienestar personal está estrechamente relacionado con el de mi comunidad. Ciertamente, somos mejores seres humanos cuando dejamos de lado el botín personal, mal habido, y optamos por la solidaridad que nos favorece a todos. ¡Ojalá que lo entendamos!
Comparto este video sobre el pensamiento y obra de Faustino Sánchez Carrión