El sedentarismo es una amenaza a la salud pública. Uno debe pasar sentado en el trabajo de 8 a 12 horas diarias. El colapso del transporte colabora un par de horas más. Finalmente, un trabajador llega a su casa solo a querer descansar. ¿Cómo podemos exigirle a estas personas que luego inviertan media o una hora al día en hacer ejercicio? Correr e ir al gimnasio es para los que tienen tiempo. Sin embargo, es necesario pensar en alguna alternativa que integre el ejercicio en las actividades rutinarias de la vida diaria.
La bicicleta es una alternativa efectiva para lidiar con este problema. Muchas veces se piensa en la bicicleta como un juguete recreativo que se usa los fines de semana, cuando se la debería pensar como un medio de transporte e integrarlo a la ciudad. La bicicleta tiene una doble finalidad: es un instrumento de ejercicio y es un medio de transporte. Mucha gente podría pensar que ir en bici es una pérdida de tiempo. Un cálculo rápido ayuda. Normalmente una persona que necesita trasladarse 10 kilómetros por Lima se demora entre media hora en transporte privado a una hora en transporte público. Esa misma distancia se recorre en 40 minutos en bicicleta. Es decir, si reemplazáramos la bicicleta por el auto particular, se estaría invirtiendo solo 10 minutos adicionales de tiempo, y si la comparamos con el transporte público es inclusive más rápido. No solo tendríamos beneficios individuales en la salud y en el bolsillo, sino sociales: menos enfermos futuros y menos carros en las vías.
Por supuesto que no es real pensar que la bicicleta sería la única alternativa para una persona que tiene que movilizarse muchos kilómetros. Lamentablemente, la reforma del transporte de Susana Villarán y el Metropolitano de Luis Castañeda no han considerado a aquellos que quisieran usar la bicicleta para hacer una parte de su camino. En otros países el transporte público incluye una parrilla para enganchar las bicicletas. Más aun, la ciudad se está pensando cada vez más para el carro y menos para el grupo de ciclistas, pequeño en número pero creciente (basta ver la cantidad de ciclistas en la avenida Arequipa entre 7 y 9 de la mañana). Las ciclovías existentes se reducen a unos cuantos kilómetros mal señalizados en unos pocos distritos de clase media o alta, cuando estas deberían privilegiar los distritos donde viven aquellos que más necesitan ahorrar en tiempo y dinero. Pocos alcaldes se compran el pleito de quitar espacio al carro o de promover el uso de la bicicleta con fines no recreacionales. Las empresas tampoco colaboran. No conozco ninguna empresa peruana que tenga algún esquema de incentivos para sus trabajadores si van en bicicleta.
Tratar de hacer una política pública para promover el uso de la bicicleta suena a demanda posmaterial de país extranjero. Una vez un taxista, ofuscado por perder un par de minutos para que pasara una caravana de bicicletas, gritó que no estábamos en Holanda. Estamos en el Perú, donde un trabajador pierde innumerables horas de su tiempo en el transporte público, lo cual le significa una peor calidad de vida. No hay nada más material que el bolsillo y la salud para los trabajadores. Como experiencia personal, hace dos años decidí usar más la bici para movilizarme. Hoy hago casi el 50% de mis recorridos en ella. Sufro menos en el transporte público, ahorro más en taxis, espero estar contribuyendo a mi salud futura, y, por supuesto, pedalear es una excelente ocasión para pensar en temas para columnas de opinión.