La bola de cristal de Daniel Urresti, por Juan Paredes Castro
La bola de cristal de Daniel Urresti, por Juan Paredes Castro
Redacción EC

“Quiero quitarle al ciudadano el miedo a salir a las calles”. Exagerado o no, osado o no, el nuevo ministro del Interior, , ha dicho algo que ningún predecesor suyo, en este gobierno, se atrevió a decir.
 
Por el contrario, lo que habíamos escuchado hasta ahora, en la administración del presidente , es que el gravísimo problema de la inseguridad ciudadana no pasaba de ser una percepción, es decir, algo instalado en el imaginario público. Sabe Dios por qué.
 
“No sé si será el mayor problema del Perú. No tengo ni una bola de cristal”, dijo en algún momento Humala sobre la inseguridad ciudadana. Entonces, fue una respuesta a la prensa que, lejos de ponerle paños fríos a la indiscutible intranquilidad de la gente ante la ola delincuencial y criminal, desnudó al gobierno en su absoluto abandono del sentido de la realidad.
 
Ahora resulta que quien parece tener la bola de cristal que no tenía Humala, para entender por fin que la inseguridad ciudadana cruza todos los sectores de la sociedad, es Urresti. O quizá este general en retiro no se guíe por ninguna bola de cristal sino por la innegable dimensión del problema y por el sentido común que aparentemente no le falta.

Lo cierto es que por primera vez en este régimen tenemos a un ministro del Interior, quizá después de Óscar Valdés, con autoridad y carácter adecuados a las necesidades del sector. La ventaja de Urresti sobre Valdés es haber asumido objetivos de combate a la delincuencia y criminalidad muy precisos, que se convierten en estos momentos en una poderosa señal de confianza.
 
Estaremos sin duda preparados para una decepción si esta señal de confianza que hoy nos ofrece Urresti sufriera, de pronto y en poco tiempo, un grave revés, a causa de incumplimientos y frustraciones respecto de las promesas hechas y la palabra empeñada.
 
Entretanto démosle a Urresti el beneficio de la confianza, en unos casos, y el de la duda, en otros, en función de los objetivos que se ha trazado y de la perfomance que quiere desplegar al frente del sector Interior en sus dos frentes: el de su propio despacho y el del apoyo ministerial que necesita la Policía Nacional.
 
Ni su experiencia de formación castrense ni su temperamento enérgico deben apartarlo de las reglas de oro propiamente democráticas y constitucionales de su cargo.
 
Tampoco deben apartarlo del respeto por las funciones del director general de la Policía Nacional, a quien no puede suplantar pero sí obligar a dar a dar la cara en el trabajo y en los resultados de su institución.
 
Quienes han empezado a ver los primeros defectos de Urresti, que seguramente los tiene, no pueden negarle una cosa cierta: él ha puesto un sentido de futuro en la lucha contra la inseguridad ciudadana.  
 
Eso vale mucho hasta que no se demuestre lo contrario, en un gobierno en el que la crisis del principio de autoridad no es moco de pavo.