En la columna anterior recordamos a “Boule de Suif”, relato de Guy de Maupassant, que muestra cómo la sociedad hace que un personaje o un colectivo cumplan roles duros o “sucios”, pero necesarios, y los sancionan por ellos más adelante. E invitamos a pensar en algunos casos de nuestra historia, pues los hay, y muchos, que pueden analizarse sin las pasiones del presente.
Un ejemplo es Bernardo Monteagudo (1789-1825), llamado “De Monteagudo”, por ese afán “ennoblissant” que siempre ha fascinado a los limeños que componen apellidos y añaden adverbios a sus nombres para hacerlos relucir. Hijo de una esclava y de un español pobre, el “mulato” Monteagudo tuvo una inteligencia y un activismo sin par con los que seduciría sucesivamente a dos grandes: San Martín y Bolívar. En 1808, siendo estudiante de leyes en Chuquisaca (Bolivia), compuso su “Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII”, obra teatral en la que explicó la independencia americana, pues habiendo sido invadida España por Napoleón e impedido el rey Fernando de reinar, la soberanía había vuelto a los ciudadanos. Y ella sirvió de inspiración a varias juntas revolucionarias.
Extremista, periodista, agitador, luchó contra la iglesia católica y los españoles residentes en América, según él, enemigos de la independencia y aliados de Madrid. En Argentina, Chile y el Perú, impulsó la abolición de la mita y el tributo indígena, cerró la Inquisición, creó bibliotecas como la del Perú, expulsó y ahorcó a miles de españoles y confiscó sus bienes, y desterró arzobispos, entre ellos al de Lima.
Pero su severidad, considerada jacobina, fue útil y funcional a la independencia. San Martín, que sirvió 22 años en el ejército de España y tenía dos hermanos generales del ejército español, lo dejó hacer. Y Monteagudo acumuló los odios. Por ello, mientras San Martín estaba en Guayaquil con Bolívar, una revuelta obligó a Torre Tagle, supremo delegado, a desterrarlo a Panamá bajo pena de muerte, lo que habría contribuido a la decisión del libertador de dejar el Perú. Pero desde Centroamérica el gran agitador contactó con Bolívar, y con él volvió como coronel, entrando a Lima después de Ayacucho. La eliminación, por muerte o destierro, de los españoles en la capital para consolidar la victoria patriota en una Lima españolista, y su idea de una monarquía constitucional democrática de tipo inglés, le sumaron nuevos odios.
Fue asesinado a los 35 años frente al actual Teatro Colón en Lima por Candelario Espinoza, esclavo negro, el 28 de enero de 1825. Condenado a muerte, el asesino contó la verdad a Bolívar en una entrevista secreta el 23 de abril de ese año en la que, según el general colombiano Mosquera, habría acusado al gran republicano Sánchez Carrión de haberlo contratado para el crimen. Triste fin para un revolucionario. ¡Pese a su crueldad, cuánto ayudó Monteagudo a la consolidación de la independencia del Perú! Pero pagó con su vida tales servicios y se ganó un lugar poco grato en la memoria histórica. Boule de Suif.