Diego Macera

Como los países tienen horizontes de muy largo plazo, el sentido común nos dice que aquello que dejamos de hacer este año siempre lo podemos ejecutar el siguiente. La carretera que no completamos, el empleo que no generamos y el negocio que no impulsamos hubiera sido mejor tenerlos temprano antes que tarde, pero la oportunidad de convertirlos en realidad sigue ahí, latente. Por eso nos podemos permitir algunos años de , nos decimos. Total, siempre hay mañana.

En ventanas de año por año, la reflexión anterior es mayormente cierta. Pero, si se expande el horizonte de análisis, cambios estructurales empiezan a pesar en las posibilidades de expansión. Algunos de ellos son impredecibles. ¿Cuántos años más, por ejemplo, se mantendrá alto el precio del cobre (a partir de la enorme demanda por la transición energética global) antes de que sufra el mismo destino que nuestros ‘boom’ de exportación de siglos pasados?

Pero otros cambios estructurales son mucho más predecibles. El más importante entre ellos es, sin duda, la composición demográfica del Perú. En las últimas décadas, el país se ha beneficiado de una estructura poblacional con cada vez más personas en edad de trabajar cuando se compara con la proporción de personas muy jóvenes o muy mayores para estar en condiciones de generar ingresos (relación llamada tasa de dependencia). De acuerdo con un trabajo del 2021 de Mario Huarancca y Renzo Castellares, del Banco Central de Reserva del Perú (BCRP), “el factor demográfico contribuyó con 0,4 puntos porcentuales (p.p.) al crecimiento anual del PBI per cápita en el período 2000-2019″. Ello representa cerca del 10% del crecimiento de dicho período.

Pero este bono demográfico se agota. De acuerdo con el mismo documento, el año pasado, 2023, habría sido el último en el que la tasa de dependencia tuvo una trayectoria a la baja (el envejecimiento de la población empieza a pesar cada vez más). Si bien todavía quedan entre una y dos décadas de contribución positiva del ratio de gente en edad de trabajar, esta ya no sería igual: entre el 2020 y el 2030, apenas un 25% del aporte anterior (2000 al 2019) al crecimiento del PBI per cápita anual, y de ahí en adelante aún menos.

Países que durante el siglo XX lograron un salto significativo en sus economías, como Irlanda, Corea del Sur o Malasia, aprovecharon al máximo sus décadas de bono demográfico con inversión en mayor productividad para sus trabajadores. De hecho, hay pocos ejemplos de países que hayan logrado tasas sostenidas de crecimiento alto durante la segunda mitad del siglo pasado sin un buen ratio de dependencia que complemente. En el caso específico de Corea del Sur, la combinación de políticas educativas rigurosas, inversión en infraestructura, énfasis en la atracción de inversión extranjera y la creación de un servicio civil competente fueron parte del milagro. Hoy, Corea del Sur, un país ya desarrollado, tiene la tasa de fertilidad más baja del mundo. La ventana se cerró por completo, pero aprovechó su momento.

La demografía es de las poquísimas variables importantes que se pueden predecir con cierta confianza a décadas en el futuro. Y la lección principal es que no hay segundas oportunidades aquí. Una vez que la curva demográfica se inclina, revertirla es casi imposible. Si el Perú falla ahora en dotar a sus jóvenes –mientras estos son mayoría– de lo que necesitan para ser competitivos en un entorno global, luego no habrá marcha atrás. Las consecuencias las sentirán no solo ellos, sino también sus dependientes jóvenes y ancianos. La próxima década ya será tarde.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Diego Macera es director del Instituto Peruano de Economía (IPE)