(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Roberto Abusada Salah

A pocos días de cumplirse el primer año de gobierno del presidente Kuczynski, parecería que toda la buena fortuna que lo acompañó en la campaña para acceder al más alto cargo de la nación habría dado un giro radical para peor. Si su acceso a la presidencia podría calificarse de casi un milagro, los eventos que han marcado su primer año de gobierno han sido tremendamente desafortunados. Que esto haya sucedido en el primer año del régimen es doblemente perjudicial.

Normalmente, en un primer año de gobierno la nueva administración cuenta con mejores condiciones para adoptar medidas que se tornan difíciles de poner en práctica en años sucesivos debido al natural desgaste político. En ese sentido, se podría decir que para cualquier gobierno el primer año ‘vale más’ que los años restantes.

El ‘valor’ del primer año de gobierno se ha visto deteriorado por tres ‘shocks’ imprevisibles. El primero se expresó en un menor grado de gobernabilidad propiciado por una oposición al parecer guiada por el enfado que le produjo haber perdido la elección presidencial ‘por un pelo’, y en parte por el daño autoinfligido producto de los malos nombramientos, las provocaciones, comentarios y actitudes inadecuadas del propio presidente. El segundo ‘shock’ vino con las revelaciones de corrupción por parte de las constructoras brasileñas, y el tercero se produjo con los desastres naturales de El Niño costero.

Este triple ‘shock’ ha conllevado menor crecimiento, menos empleos, menos ingresos y menor capacidad para disminuir la pobreza.Existen también otros costos menos medibles, pero de gran importancia. Estos tienen relación con la disminución de la confianza de toda la población en el Estado y sus instituciones, a los que perciben como incapaces de proveerles las condiciones básicas que permitan al ciudadano atender problemas cotidianos con sus propios medios. Esto afecta la gobernabilidad misma y retroalimenta la desconfianza.

Súmese a todo ello el costo de la postergación a la solución de problemas que la sociedad percibe como urgentes y que el paso del tiempo torna más difícil de resolver: si en el primer año se debieron crear trescientos mil empleos y se crearon solo cincuenta o cien mil, esos empleos no creados se suman a los que es preciso generar en los años siguientes. Algo similar sucede en cada una de las principales áreas de preocupación ciudadana.

A pesar de la experiencia de gobierno que ostenta, el presidente Kuczynski ha manifestado su frustración respecto de los resultados de su primer año de gestión. Personalmente creo que subestimó cuánto más difícil se ha convertido la tarea de gobierno en los diez años transcurridos desde que se alejó de la política. Por un lado, el fuerte crecimiento económico de la década que terminó en el 2014 generó una revolución de expectativas dentro de los mismos segmentos de la población que vieron mejorar su nivel de vida en esos años. El país ha sufrido un profundo deterioro institucional, agravado a su vez por la manera absurda en que se puso en marcha el proceso de descentralización, el explosivo crecimiento de la maraña burocrática y la creación de decenas de nuevas agencias estatales, muchas de ellas promoviendo agendas propias. Definitivamente, el poder Ejecutivo tiene las manos en un timón al que las ruedas del Estado responden de manera impredecible.

Ha sido, pues, un año de duras lecciones, pero luego del cual se pueden tener fundadas esperanzas de que se avecinan tiempos mejores. El Gobierno ha adoptado medidas importantes que, sumadas a la solidez de la economía, sustentan ese optimismo. La importante reforma regulatoria adoptada bajo la autoridad de las facultades delegadas empezará a dar frutos; grandes proyectos de infraestructura empezarán finalmente a marchar; se tendrá seguramente el anuncio de la iniciación de dos o tres grandes proyectos mineros y una nueva ley de hidrocarburos que puede generar un ‘boom’ de exploración y explotación de petróleo y gas. Los precios de los metales que el Perú exporta han tenido un repunte importante, y el entorno internacional se muestra más favorable.

La propia desaceleración del crecimiento del PBI y la abrupta caída en el nivel de la inversión de los últimos años hará que la reactivación en la inversión produzca un rebote porcentual importante que sin duda impactará positivamente en las expectativas económicas, con el tercer y cuarto trimestres mejores que los dos primeros, promoviendo así un circulo virtuoso de inversión y crecimiento a lo que se suma la muy probable continuación de un diálogo constructivo entre el Ejecutivo y la mayoría parlamentaria.